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Un bicho raro

Debo ser un bicho raro. No he visto un solo capítulo de Juego de Tronos, ni participo en ninguna red social. No de ahora, sino de siempre. Jamás he abierto una cuenta en sus muros. He dejado de indicar mi e-mail al pie de los artículos, para que no me den la lata, y sufro cuando oigo el timbre de la puerta, porque los carteros -excluyendo los paquetes de China- sólo traen malas noticias. He terminado por quitar mi nombre del portero y por cortar el cable del timbre con un certero golpe de tijera. Así viviré sin sobresaltos. Estoy a punto de caer en el síndrome de Diógenes y me gusta cada vez más la carne de cochino, que me pone el estómago patas arriba. Duermo de día y me desvelo por las noches; vengo a coger el sueño sobre las siete de la mañana, en cuanto pongo los telediarios, que detesto. Viendo quiénes imparten clases en las facultades de periodismo, es imposible que se haga buen periodismo en España, con sus honrosas excepciones, así que un motivo más para mi desazón. Cada vez son más largos los artículos que publica El País, que era mi periódico de referencia. Yo sólo leo relatos cortos y artículos que no superen las 300 palabras, o así. Ya les digo que me he convertido en un bicho raro, que huye de las polémicas que antes amaba, porque ahora me cansan. Hoy en día no me molestan los gritos de mis vecinos, aunque sí el ruido de las motos. La mía la he regalado. Entre otras cosas porque me fallan los brazos y no puedo sostenerla bien. Además, he perdido reflejos. Cuando empecé el artículo no pensaba contarles nada de esto, sino hablar de las cinco urnas confusas del día 26, pero ya habrá tiempo. Digo yo.

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