tribuna

Demasiados estrategas, o muchos jefes y pocos indios

La ciencia política domina sobre cualquier otra cuestión que pueda ser ofertada a nuestra libre elección. Por eso los mensajes van dirigidos a provocar sensaciones más que a crear la ilusión de que un programa determinado pueda traer solución a los problemas de los electores, sean estos de cuantificación importante o no. Al final, las acciones de gobierno van encaminadas al bienestar de los ciudadanos y las demandas serán resueltas de una manera o de otra. A partir de Maquiavelo cualquier cosa que se pueda imaginar está prevista, cuánto más ahora, donde las posibilidades de la estadística y las alternativas de comunicación son casi infinitas. Todos ofertan más o menos los mismos remedios, ya sean progresistas o conservadores, como bien plantea George Lakoff, el gurú de los procesos electorales que desde hace años se impone en estas complicadas técnicas. Los partidos, y los nuevos experimentos políticos están asistidos por órganos universitarios especializados, en los que cada cual juega al ataque y al contraataque en un escenario donde los ciudadanos permanecen como impávidos observadores. Este largo periodo para intentar conformar mayorías es producto de esa diversidad de representaciones que surgen al amparo de las poderosas autopistas de la comunicación, y de la facilidad que éstas tienen para ejercer la movilización de masas. En realidad, el juego se lleva a cabo entre minorías, mientras los que somos manipulados por ellas nos creemos los actores directos de estos procesos. No es verdad. Todo es un engaño. Si hay un deporte que me recuerda a esta situación es el baloncesto. Consiste en ganar la posición debajo de los tableros, en emplear una estrategia sucia y subterránea para sacar al contrario fuera de la cancha a base de empujones que casi ni se perciben a los ojos de los árbitros. Una verdadera marranada. En la política actual ocurre lo mismo y todo se basa en definir los espacios en los cuales no se debe estar. Se plantea como objetivo básico el refrán de dime con quién andas y te diré quién eres. Para eso hay que establecer previamente cuáles son las compañías poco recomendables. Por eso llevamos tres meses diciendo con quién no nos debemos asociar, como si ese fuera el fin máximo de la política. Yo creo que el personal se está dando cuenta de que esto es así, y está empezando a aburrirse. Si queremos que esto tenga remedio, deberíamos dar unas vacaciones a los asesores y regresar al territorio de la intuición, que es el que coincide con el pensamiento real de los electores. Fabricar historias y relatos que no interesen al personal nos conduce al fracaso más estrepitoso, lo convierte en inservible, y ya sabemos lo que dijo Ortega sobre el esfuerzo inútil: acabará conduciéndonos a un estado melancólico del que no nos sacarán ni las benzodiacepinas. Aunque sea por un tema exclusivo de salud, por favor, paren ya con esto.

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