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¿Me habré convertido en un viejo carrucho?

Y no titulo esto así porque se me haya olvidado cómo se subrayaba el título de la sección, cosa que siempre hago, sino por mi intransigencia. Ayer les contaba, y despotricaba, de la inveterada costumbre de niños y adolescentes de utilizar el teléfono móvil a todas horas, incluso cuando están comiendo, para seguir jueguecitos, para entrar y salir en redes sociales, para mensajearse por el WhatsApp y similares. Es que hasta Clavijo, un adolescente -bueno, casi-, que ha sido presidente de Canarias hasta hace poco, y que aún lo es en funciones, no se despega del móvil y usa, además, otra prenda abominable: la mochila. Él cree que tiene 18 años y a lo mejor es verdad, porque hasta hace poco era contertulio de un programa juvenil en el extinto Canal 7, que tantas alegrías nos dio -el canal, no precisamente Fernando-. Ahora, con 72 que cumplo el 16 de agosto, tengo menos paciencia y me he convertido en pelín intransigente, perdono menos los errores de los demás y tengo más ganas de revelar los míos, como si fuera el resumen final de una vida. Concibo el celular como un instrumento, no como un entretenimiento, leo, escribo algo y ya no tengo tanta prisa como antes. Además, la gente me aburre, en general, y la ilusión por las cosas se me está yendo. Sólo el verano, con su luz y su tedio, pueden arreglar esto, aunque lo dudo. Además, cuando mando mensajes, mucha gente ya no me contesta, yo estimo que porque creen que he muerto; todos, menos los bancos. Uno de ellos me ha cobrado 19 euros por una hora de descubierto, que no fue tal, sino que ingresé la pasta el mismo día en que vencía el recibo, a la 1 de la tarde. Protesté y no me hicieron puto caso. Ya no soy nadie.

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