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Pepín

El otro día, durante el acto de la lectura del pregón de las pasadas fiestas del Carmen y el Poder de Dios, en el Puerto, por parte de Manuel Artiles, se rindió homenaje a Pepín. Muchos de ustedes no conocen a Pepín. Pepín Castilla, mejor, Pepín Campolimpio (que es su apodo cariñoso), hijo de María Campolimpio, es una institución en la ciudad, a la que ha dedicado décadas de trabajo en sus fiestas. En todas, en las antes citadas y en las patronales, que son las de la Cruz. El nuevo alcalde del Puerto le entregó una metopa como recuerdo de sus afanes por prestigiar los festejos portuenses, siempre multitudinarios, variados y hermosos, desde la cucaña al embarque de la Virgen, cuyo rostro perteneció a la más bella portuense, ya fallecida, por un capricho de su enamorado escultor, Ángel Acosta. Hay poesía en esta talla, porque fue esculpida con amor infinito, más a la mujer que a la propia Virgen, todo hay que decirlo. Pepín subió al atril y se emocionó; no era para menos. Nunca se habían acordado de premiarlo y él no merece pasar de puntillas por la historia del Puerto de la Cruz, desde que corría como un poseso para arrebatar a los infractores las cintas coloreadas por Bonnín en la carrera de sortijas; a quienes las arrancaban con la mano y no metiendo la aguja de croché en la arandela correspondiente. Pepín era el dueño absoluto del viejo Parque de San Francisco, donde se celebraba el añorado Festival Internacional de la Canción del Atlántico, que Artiles ha pedido -con acierto- en su pregón que vuelva. Hay fórmulas. Me emocioné con lo de Pepín, buen amigo y buen portuense. Allí estaban su familia y un montón de gente que le aplaudió sus desvelos por el pueblo en el que nació y trabajó. Enhorabuena.

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