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El progreso del peregrino

El nuevo Gobierno canario es calificado de progresista porque lo integran fuerzas políticas de izquierdas. El mismo calificativo suscita la posible coalición de los socialistas con Podemos en el Gobierno del Estado. Y, en general, se contrapone lo progresista a la derecha, a cuyos Gobiernos autonómicos, desde una pretendida superioridad moral, la izquierda denomina “de las tres derechas”.

Pues bien, el jueves antepasado escribíamos que no entendemos por qué la izquierda tiene ese monopolio del progresismo, y un Gobierno de liberales y conservadores, por ejemplo, no puede ser de progreso. Un -amable- lector rechaza semejante idea y se apresura a indicarme que, también por ejemplo, conservar es lo opuesto a progresar.

No estamos de acuerdo. En un mundo como el actual, conservar los principios y los valores que conforman los pilares de nuestra civilización es profundamente progresista. Y supuestos progresismos revolucionarios han conducido a la miseria moral de Corea del Norte, Cuba y Venezuela, pasando por Stalin. Pero vayamos por partes. En realidad, la idea de progreso es ajena a los orígenes del pensamiento occidental.

En Grecia y Roma el devenir de la Historia se concibe como cíclico; para Platón y Aristóteles las forman políticas se suceden cíclicamente desde la Monarquía a la Demagogia, porque esta última da origen a una nueva Monarquía que reinicia el ciclo incesantemente: es el Eterno Retorno de los estoicos. Y el pensamiento romano es similar, desde Séneca a Marco Aurelio.

Hemos de esperar a la Enciclopedia y al pensamiento revolucionario francés para encontrar la idea de progreso, la idea de que la Historia no es cíclica sino lineal, y el devenir de las sociedades avanza hacia un futuro que siempre será mejor que el pasado por el hecho de ser futuro. El cambio y la revolución son positivos y garantizan el desarrollo social y político. La primera formulación de ese pensamiento la encontramos en Turgot, el ministro de Hacienda de Luis XVI, y en Condorcet. Más tarde Hegel introducirá la dialéctica, y Marx la transformará en materialismo dialéctico histórico, que, a través del sucederse ineluctable de los modos de producción y la dictadura del proletariado, conducirá a las formaciones económico sociales hasta el comunismo final.

John Bunyan escribió El progreso del peregrino un siglo antes de que la idea del progreso penetrara en nuestra cultura. Desde una perspectiva cristiana, narra un viaje alegórico desde la Ciudad de Destrucción a la Ciudad Celestial entendido como un avance liberador y una salvación personal. A mediados del siglo pasado, Vaughan Williams se basó en esta obra para componer su ópera del mismo nombre; y unos años antes C.S. Lewis había escrito El regreso del peregrino, un relato paralelo en el que, junto a la religión, se introduce la filosofía y la política.

En la frágil y amenazada democracia española sobran los progresismos del cambio por el cambio y de la destrucción del pasado por el mero hecho de ser pasado. Y el único viaje iniciático de la sociedad española, su único peregrinaje, debe ser el que conduce desde la ciudad de la tiranía a la ciudad en donde reinan la libertad y la dignidad de la persona, que tantos progresismos no respetan. Pedro Sánchez y sus aliados no deberían olvidarlo.

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