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Matraquillas insulares

Los periódicos, sobre todo los de Las Palmas, cuando la toman con un tema suelen ser reiterativos y pesados. Cada isla tiene un asunto recurrente, que se exprime hasta que no queda del limón ni la cáscara. Una vez les dio a los canariones por hablar del istmo, que no sé lo que coño es. Estuvieron más de un año. Qué decir cuando el asunto es el hospital materno-infantil, algo de vital importancia para la isla. Cuando se partió en dos pedazos el Dedo de Dios aquello fue una tragedia insular y era sólo un cacho de risco horroroso. Ahora la han tomado con el edificio de la Cícer, que no sé si es vivo o es muerto. En La Palma, las estrellas son el Teatro Chico y el Teatro Circo de Marte. A uno de los dos se lo está comiendo la polilla y están los palmeros que no viven. El Circo de Marte, que debe disponer de unas cincuenta butacas, ha estado más de la mitad de su centenaria existencia en obras. En Tenerife le tenemos mucha afición al Mirador de Humboldt, que cada vez que se concede a un tercero o a un cuarto –es propiedad del Ayuntamiento de La Orotava- se cierra. Vaya coñazo. En Lanzarote se llevan la palma el Charco de San Ginés, que apesta, y el Islote del Francés, que yo creo que debe ser un risco subterráneo, o casi. En El Hierro se debate eternamente la existencia del árbol Garoé y el porqué de los charcos que lo rodean. Y en Fuerteventura el tema habitual es la montaña de Tindaya, que arrastra más lectores que el Quijote. Me falta La Gomera, pero desde que se dejó de hablar de las aventuras de Casimiro en Madrid, la cosa ha bajado de intensidad. La Gomera no tiene quien le escriba.

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