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Mi sombrero panamá

Un amigo me ha regalado un sombrero panamá de los buenos, de los fabricados en Ecuador. Porque los sombreros panamá no se elaboran en Panamá, sino en Ecuador. Voy con él por la calle y la gente anónima me mira, no sé si por mi elegancia innata, por mi indiscutible señorío o por el porte que añade vestir el sombrero panamá, que está fabricado con un material de tan buena calidad que no se nota que lo llevas puesto. No como el Stetson tejano, que pesa mucho y está hecho para cabezas grandes y ricas, como son las testas de los habitantes de Texas. Ni como el cachorro del mago, que ha sido concebido para tapar las malas ideas de este espécimen y que éstas no salgan en tropel. El panamá es un sombrero de indiano, más propio de aquel hombre del monte del anuncio de los jugos: ¿recuerdan?: “El hombre del monte ha dicho sí”. Lo cierto es que estoy la mar de contento llevando el panamá, comprado en casa de Homero Ortega, en la ciudad ecuatoriana de Cuenca, que llegó aquí perfectamente embalado en una caja más propia de las alhajas de un faraón que de un sombrero, por muy panamá que sea. Si me dieran a escoger entre el sombrero y el envoltorio, dudaría por qué objeto decidirme. Lo hago constar para que ustedes tengan una idea de la calidad del cajón. Mi vueltita por La Laguna, el lunes pasado, fue reconfortante. Además, pasé por delante de la sombrerería Núñez, en un afán insidioso por despertar la envidia del personal, pero yo creo que nadie me vio; qué pena, para una vez que puedo lucir algo elegante. Ni un solo lagunero conocido ha podido dar fe de mi dicha, desde Rubén el Mono a don Tomasito, pasando por el guardia de la esquina. Qué pena, repito.

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