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Naciones y Estados

Pedro Sánchez ha introducido en el lenguaje político español los términos “nación”, “nación de naciones” y “plurinacional”, y el concepto de “nación cultural”, como supuestos remedios para la crisis catalana

Pedro Sánchez ha introducido en el lenguaje político español los términos “nación”, “nación de naciones” y “plurinacional”, y el concepto de “nación cultural”, como supuestos remedios para la crisis catalana. Es un falso remedio, porque los independentistas quieren la independencia y no están interesados en discutir sobre palabras. Y es una mala noticia para este país, porque se trata de unos términos polisémicos -con varios y no coincidentes significados-, que es lo que quiso destacar Rodríguez Zapatero cuando llegó a afirmar que se trata de conceptos discutibles y discutidos. En alguna publicación académica propia los hemos denominados “conceptos políticos indeterminados”. Y lo menos que necesitamos ahora los españoles es generar confusión sobre las palabras y las propuestas. Sobre todo porque somos portadores de una cultura nominalista, una cultura que cree que si cambia el nombre cambia la cosa, y que cambiando el nombre hemos cambiado algo.

La tan cuestionada afirmación de Zapatero es básicamente correcta en general, aunque, sin embargo, el concepto de Nación española en la Constitución no es equívoco, como algunos se apresuraron a deducir interesadamente. Para empezar, en idiomas como el inglés, la lengua internacional por excelencia, “nación” significa Estado, y así, por ejemplo, decimos Organización de las Naciones Unidas para significar la reunión de los Estados del mundo, no de las naciones. Después estaría el concepto de “nación política”, que aparece con el liberalismo y la Revolución Francesa, y que se refiere a un pueblo organizado políticamente, que se ha dotado de estructuras políticas en torno a un poder común generado por el colectivo. Y el concepto de “nación cultural”, que se refiere a un grupo humano que comparte unas mismas señas culturales de identidad y que, sobre todo, desea seguir compartiéndolas en el futuro. Un “sentimiento”, como la definió Pedro Sánchez en la campaña electoral de las primarias socialistas.

Y eso por referirnos a concepciones contemporáneas, porque la polisemia y el confusionismo se remontan a los orígenes de nuestra cultura. Natio, en latín, es una palabra que procede del verbo deponente nascor, que significa nacer, y que los autores latinos utilizan, junto con gens, para traducir el griego clásico ethnos. En el griego de la Ilíada, ethnos puede significar un grupo de amigos o compañeros de armas, pero también una tribu o un pueblo, como los aqueos. Y en el griego posterior, de la polis, una comunidad política.

Lo último que necesita la democracia española es un debate político sobre términos polisémicos, que, encima, están cargados de contenido emocional. Sin embargo, hemos de reconocer que ese debate formó parte del consenso que hizo posible la Transición y el texto constitucional. Porque su artículo 2 establece que la Nación española, “patria común e indivisible de todos los españoles”, está integrada por dos clases de entes: nacionalidades y regiones, que el texto no define ni vuelve a mencionar. Pero es evidente, y así ha sido interpretado en los estatutos de autonomía, que las primeras disfrutan de una superior personalidad política emparentada con lo nacional, mientras las segundas evocan la modestia de lo regional. El problema es que los independentistas no quieren ser Nacionalidades ni Naciones, quieren ser Estados.

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