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No soporto las películas con humo

Todas las películas con humo, tipo Juego de Tronos, me parecen cutres y no las veo. Ni Twin Peaks, ni cualquier film de la Edad Media. Todo me parece triste y decadente y el humo es un recurso para que el público inteligente no note los defectos del entorno, ni las localizaciones poco adecuadas. Detesto lo mismo la palidez del cine que las hogueras, no soporto que disimulen con la humacera las carencias de la película. Así que reniego de Juego de Tronos y hasta de Harry Potter, que creo que es una soberana estupidez de éxito. J. K. Rowling tiene más suerte que el F.C. Barcelona, que ya es tener suerte. Así que me gustan las del Oeste, en la que sólo hacen señales de humo los indios, y son lejanas, así que no ennegrecen la pantalla, y también discretitas, como el fumador que construye aros olímpicos con el humo del puro. Sí me trago el polvo de la diligencia, que es un polvo digerible y mitigado por el pañuelo con el que se cubre la jeta el forajido, al que todo el mundo identifica porque a alguno siempre se le cae el pañuelo de colores que porta.
Desde que se pusieron de moda las series con humo las he abandonado y ya no veo sino los documentales de la BBC y alguna película de amores, tipo las de Jennifer Aniston y Pretty Woman. Y así me voy cada noche a la cama pensando que el amor es algo maravilloso, como cantaba Louis Armstrong en los tiempos del maestro Ángel Álvarez en Radio Nacional de España. Puede que con la edad me haya vuelto un tanto maniático, pero me parece a mí que el humo en el cine está destinado a ocultar la poca imaginación del director de fotografía; aunque quizá esté equivocado, no sé.

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