el búho de minerva

Contra esta democracia

La democracia, un invento griego, nació y se desarrolló principalmente en Atenas en el siglo V a. C. Surgió tras varios periodos de tiranía como reacción a esta, aunque también como forma de sacudirse de encima a la aristocracia, que era la que marcaba el destino de lo político en la ciudad ateniense. La democracia llegó a su culminación con Pericles, gran político demócrata y hombre ilustrado, pues era abogado, general, magistrado, orador y político. Sin olvidar a Clístenes, que implantó el concepto de isonomía, es decir, la igualdad civil y, sobre todo, política de todos los habitantes de la ciudad, adquiriendo así la condición de ciudadanos. Para eso instauró el espacio público -que hoy en día ha desaparecido del acontecer político- dotado de reglas y de solidez que se materializó en el Ágora, convirtiéndose en el centro de la vida política de Atenas. Y, por primera vez en la historia, la identidad colectiva -realidad que hoy se ha extinguido- se podía fraguar en el espacio público, es decir, en las instituciones, asambleas, magistratura, etc. Y para que esto ocurriera, la participación de los ciudadanos, conditio sine qua non de la democracia, era masiva. Dicha participación, ya no estaba subordinada a los parentescos familiares, status económico u otros privilegios. Era el enseñoramiento de lo político por excelencia. Como consecuencia la ciudadanía se convirtió en sujeto político.

Y no quiero que olviden esta última verdad, teniendo en cuenta lo que voy a decir en párrafos posteriores. La frase, tan manida, con la que se llenan la boca los “políticos” de hoy “El pueblo es soberano” en la Atenas del siglo V a. C. era una realidad, y no una patraña. Naturalmente, cualquier producto del hombre es imperfecto, y la democracia ateniense no podía ser una excepción. Era imperfecta, no en su funcionamiento, como ha quedado explícito, ni tampoco en su esencia, la imperfección radicaba en la discriminación de los que se podían acoger a ella. Los metecos (extranjeros), las mujeres y los esclavos estaban excluidos en el devenir democrático. El ethos griego, que se puede traducir como la tradición dominante, consideraba inferiores a todos los que hemos mencionado, estando imposibilitados de adquirir la condición de ciudadanía. El resto de los habitantes de la polis, los ciudadanos, consideraban esto como absolutamente normal, tal era la imbricación de la tradición en la cultura griega y en cualquier cultura de aquel tiempo. Aún no se daban las condiciones para el cuestionamiento y superación de esa tradición. Los derechos humanos no existían todavía. Hoy en día esta discriminación sería aberrante. Sabemos -aunque ha costado- que en algo hemos mejorado. Aunque hay partes y lugares en el mundo que siguen enredados en las telas de araña de una tradición desalmada.

Una vez dicho lo anterior ¿Ustedes creen que hay democracia en España? Vamos a responder a esta cuestión. La clase política afirma reiteradamente que en España vivimos en un régimen de libertades. Bien, ¿Pero a qué libertades se refieren? Es evidente que a las libertades privadas, pues la libertad pública brilla por su ausencia. Y es menester definir, por si no ha quedado claro, ¿Qué es la libertad pública? Se define como la libertad de intervenir en lo público, en las decisiones que determinan el transcurso de la política. Hanna Arendt, filósofa judía que retoma este concepto griego en su filosofía política, -y perdón por ser reiterativo- lo definía como la capacidad de los ciudadanos de intervenir directamente en el devenir político de su ciudad, comunidad o país. Ella habló incluso de la felicidad pública. La Constitución española recoge esta posibilidad de hacer política, en su artículo 23 titulado “Derecho de participación” dice “Los ciudadanos tienen derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes…” ¡Sorpresa! La Constitución aboga por la libertad pública y por la participación directa en política. Nuestra constitución tiene muchas virtudes, pero adolece de algo, los que la redactaron no previeron los mecanismos para hacerla cumplir.

Bueno, me dirán ustedes, por lo menos gozamos de un régimen de libertades privadas y de una democracia, que no es directa, pero es representativa. Examinemos también esta cuestión. En el actual estado de cosas, las personas pueden elegir a sus representantes en las urnas, representantes que emanan de los partidos políticos. A resultas de esto, los diputados elegidos conforman el parlamento de la nación, que dicen que es la sede de la soberanía nacional que reside en el pueblo. Dicen. Pero hago una pregunta: ¿esos diputados nos representan de verdad? ¿Representan los sentires y preocupaciones de los ciudadanos? Naturalmente que no, a quien representan son a sus partidos y como consecuencia inevitable de esto preferirán preservar, cuando haya alguna duda, los intereses de sus partidos a los intereses de los “ciudadanos” (las comillas las comprenderán a continuación). Más claro el agua, no hay representatividad política. En España ni siquiera existe una democracia representativa.

Pero la cosa no acaba aquí, recuerden cuando describía la democracia ateniense, cómo afirmaba que la ciudadanía era un sujeto político y advertía de que no lo olvidaran. ¿Existe la ciudadanía en nuestro sistema? No, es una entelequia. La ciudadanía solo puede existir cuando se constituye como sujeto político, no como concepto abstracto. Pero el político que es taimado, repite y repite la palabra ciudadano para hacernos creer que lo somos, cumpliéndose de facto que una mentira repetida hasta la saciedad se convierte en verdad. Aquí, el político de una manera perversa conforma una apariencia, un espejismo que atrapa a muchas personas que no poseen razón crítica y que son ecos de lo que oyen. El motivo principal que mueve al político a hacer esto es legitimarse en el papel que representa, el de valedor ante la ciudadanía. No, no hay ni ciudadanos ni ciudadanía. Lo que hay es una masa de personas sin identidad colectiva que vota una vez cada cuatro años. Para que esa masa evolucione a ciudadanía tiene que haber formación, información y criticismo con el poder. De esta masa se nutre la partitocracia que reina hoy en España.

Pero nuestro análisis, que en realidad es una denuncia, no acaba aquí, porque, como decía Montesquieu, uno de los pilares de la democracia es la separación de poderes. Y en España ese pilar está agrietado desde hace tiempo. En un país donde los partidos políticos poseen tanto control sobre el poder judicial, no hay división de poderes. La justicia no es independiente, y esto lo corrobora la multitud de casos que se dan en los tribunales, que evidencian lo que digo. ¿Por qué no detienen y juzgan a Pujol con todas las pruebas que hay en su contra? ¿Por qué no encausan al rey Juan Carlos cuando se sabe de sus negocios turbios con el petróleo de los árabes? ¿Por qué han absuelto a la mujer de Aznar y exalcaldesa de Madrid, Ana Botella, por su participación en la venta de pisos públicos a fondos buitres? ¿Por qué esa demora más que sospechosa de la sentencia del caso de los eres en Andalucía? Razones inconfesables, ¿verdad?

Y no hablo de la corrupción, una auténtica lacra y desvergüenza de la clase política, porque da para un artículo entero.

La democracia, y me temo que no solo en España, se ha convertido en una oligarquía electiva, concepto que acuñó Peter Watson. Lo que a Watson se le olvidó decir es que detrás de esa oligarquía electiva se esconde una plutocracia (gobierno de los ricos) y que le conviene que las cosas sigan como están.

Desafortunadamente, la democracia se ha convertido en nuestros tiempos en una utopía. Ni siquiera, como decía Churchill, es el menos malo de los sistemas políticos. Pero, como afirmaba Eduardo Galeano, la utopía nos sirve para caminar. En este sentido, quizá, esté ocurriendo un hecho alentador en estos momentos, y es que las mujeres por mor del feminismo se están constituyendo como sujeto político de derecho. Pero esto nos daría cuerda para otro artículo.

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