Por Pedro Luis Pérez de Paz
Las críticas del reconocido actor Leonardo Dicaprio, junto a otras afamadas personalidades del mundo de la farándula, que se han sumado a las protestas de la población hawaiana en contra del telescopio TMT (por sus siglas en inglés Thirty Meter Telescope), han alcanzado un notable impacto en la prensa internacional, que en absoluto ha pasado desapercibido para la actualidad informativa canaria. Tampoco para las autoridades regionales e insulares.
El eco de la noticia obedece a, por una parte, la fuerte oposición surgida en Hawái que se opone a la instalación de este coloso telescopio en la cumbre del volcán Mauna Kea, considerado sagrado por los aborígenes; y, por otra, a las posibilidades que tal negativa supone para volver a la legítima aspiración del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), pujando de nuevo por su ubicación en el Observatorio del Roque de Los Muchachos en las cumbres de la isla de La Palma.
Precisamente, el pasado domingo 11 de agosto, en DIARIO DE AVISOS, la periodista Gabriela Gulesserian, en un magnífico reportaje a doble página, repasaba algunas de las vicisitudes históricas recorridas hasta la actualidad por el consorcio internacional que debe tomar la decisión, antes de final de año, sobre la ubicación definitiva del TMT, y que en el caso de ser La Palma, debe recibir los parabienes del Cabildo Insular y del Gobierno de Canarias.
Concluye el reportaje valorando la relevante trayectoria científica internacional del IAC, que ha “sido capaz de convertir un valor que ofrece la naturaleza, como es la calidad del cielo canario, en un meritorio currículum científico y tecnológico de primer nivel”. Eso, nadie con formación académica osa discutirlo, como que tampoco la instalación del Telescopio de Treinta Metros en La Palma acercará las Islas todavía más a su brillante cielo, si finalmente esta “estrella tecnológica” termina en la cumbre del municipio de Puntagorda, al suroeste del Gran Telescopio de Canarias (Grantecan).
Hay otros valores científicos y culturales que también ofrece la naturaleza de las cumbres palmeras. El pasado mes de agosto, ya lo manifesté, por cierto, sin mucho éxito, en el WhatsApp del grupo de la Asociación para la Conservación de la Biodiversidad Canaria (ACBC), que se ocupa entre otras cuestiones de velar tanto por la conservación como por las amenazas de la rica y frágil biodiversidad canaria, que sin ser tan estelar como su cielo, merece toda nuestra atención y respeto.
Mucho antes de descubrir el valor galáctico del cielo de las cumbres canarias, que intuyó el gran Isaac Newton y corroboraron después un sinfín de astrónomos y eminentes científicos desde los albores del siglo XVIII, ya se sabía de la riqueza y singularidad de su flora y fauna, cuajada de endemismos regionales e insulares exclusivos de tan exiguo territorio.
Un territorio que, por su elevada altitud y aislamiento geográfico, es muy proclive al fenómeno evolutivo de la especiación o génesis de nuevas especies, que lo convierten en único. Geológicamente afectado por catástrofes naturales (episodios volcánicos y erosivos) e históricamente amenazado por prácticas o usos tradicionales como los incendios o el pastoreo. A ellos se suman errores de gestión, como la desafortunada introducción de herbívoros (muflones en Tenerife y arruíes en La Palma), durante la década de los setenta del pasado siglo, o la sobrexplotación turística con la consiguiente proliferación de senderos, pistas y carreteras. Por si ello fuera poco, los ecosistemas cacuminales tropicales y subtropicales son de los más amenazados por el cambio climático que afecta al Planeta en la actualidad, dejando sin espacio a muchas especies que, como la humana, ya no encuentran refugio en La Tierra, de la que están llamadas a desaparecer independientemente de que seamos o no capaces de encontrar vida en otros planetas.
No deja de ser paradójico el enorme esfuerzo científico, tecnológico y económico que derrocha la especie humana en buscar vestigios de vida extraterrestre, a la par que extermina sin piedad la existente en la Tierra. Quizá por ello hayamos debido buscar un nuevo paradigma: el de “transición ecológica” que, como el de “desarrollo sostenible”, está llamado a terminar sin saber lo que verdaderamente significa.
La inteligencia humana, unida a nuestra formación científica y cultural, nos impide minusvalorar los avances científicos y tecnológicos conseguidos por la Astrofísica en general y por el Instituto de Astrofísica de Canarias en particular. Pero cometeríamos una torpeza intelectual, biológica y ética, si nos ofuscásemos en mirar más a las estrellas que al entorno ambiental que nos sustenta. En otras palabras, las posibilidades de terminar “estrellados”, si miramos solo a las “estrellas”, son muy elevadas.
Las ochenta hectáreas del municipio de Garafía inicialmente asignadas al IAC para el desarrollo del Observatorio del Roque de Los Muchachos se han quedado pequeñas y esa superficie ya se ha extendido al ámbito municipal de Puntagorda. No se puede olvidar que la capacidad de carga antrópica de las cumbres palmeras roza su límite y tal vez haya llegado la hora en la que los canarios debamos recordar el carácter sagrado que las mismas tenían para los awara, primitivos palmeros, que por cierto también adoraban al sol, la luna y las estrellas.
*Catedrático de Botánica Universidad de La Laguna