el charco hondo

Greta

Ocurre que a veces viene bien poner cara a los debates, especialmente a los más complejos. Un rostro y un nombre ayudan a llamar la atención del gran público, facilitando que en cafeterías, oficinas o reuniones de amigos lo abstracto parezca más concreto, y tangible, casi familiar. Nada más efectivo que una buena historia personal para que se hable de algo con mayor cercanía; del cambio climático, por ejemplo. Un buen puñado de personalidades lleva años alertando -sin lograr que su pedagogía cale- sobre un deterioro cada vez más acelerado de las condiciones de vida en el planeta. Se han sucedido informes, análisis, programas, planes, conferencias y ensayos que alarman sobre la situación, pero solo Greta Thunberg ha logrado, impulsada por el atrevimiento de sus dieciséis años, que a pie de calle muchos hayan abierto los ojos. Thunberg ha conseguido que millones de adolescentes estén embarcando en el activismo, o que muchos jóvenes estén tiñendo de azul y verde sus razonamientos, o que las generaciones que pasan de los cuarenta empiecen a ver las orejas al lobo, o que mayoritariamente se haya dejado de creer que un planeta inhabitable sea un escenario de ciencia ficción, lo que nunca antes de cientos de años. Los síntomas del deterioro se están acelerando. Los problemas medioambientales se multiplican desde hace décadas, pero es ahora, con la aparición en la escena global de la estudiante sueca, cuando el calentamiento global se ha colado, por fin, en las conversaciones de bodas, bautizos o entierros. Escribí en julio (y reitero) que, conjugada en presente imperfecto o futuro inminente, la política será verde y azul o no será, y que los partidos e instituciones que no lo tengan claro serán abandonados por el electorado en el andén de cualquier estación, en ese almacén o depósito donde languidecen los discursos o compromisos desfasados. Ahora que Greta ha puesto rostro a la urgencia, en la calle se dispara la convicción de que es imprescindible articular planes y acciones que de forma efectiva contribuyan individual, familiar, colectiva, empresarial e institucionalmente a corregir errores, impulsar e imponer buenos hábitos, reciclar, racionalizar los recursos, reducir el uso de plásticos, sustituir elementos contaminantes por herramientas más eficientes y respetuosas con el entorno o, entre otros retos de obligado cumplimiento, a actuar sobre el territorio para recuperar espacios especialmente castigados. Greta ha logrado que la preocupación se cuele en cafeterías, oficinas y reuniones familiares. A empresas e instituciones les corresponde ahora teñir sus hábitos diarios de verde y azul.

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