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Mamá y los libros

Se quejan los papás, y sobre todo las mamás, al comienzo de cada curso escolar, del precio de los libros, los uniformes, las mochilas y hasta de los pobres lápices. Pero luego van y le compran al niño un iPhone de 1.000 euros por Reyes. El iPhone no hace daño a los bolsillos, los que duelen son los libros. Mientras tengamos un país en el que los libros provoquen protestas airadas, mal vamos. Ahora llevas una bolsa con libros a las bibliotecas públicas y te los rechazan, o te dicen que los dejes en la puerta, en la misma bolsa, a ver si alguien se los lleva. Una vez saqué las obras completas de don Pío de un contenedor de Madrid, encuadernadas en piel. Una joya. Pero jamás me he encontrado un iPhone abandonado por su dueño, ni una tableta para leer un libro por la internet. La tecnología no debería sustituir a la letra impresa porque estaríamos ante una aberración del progreso. El libro, por su vejez, merece un respeto y yo soy un enamorado del libro tradicional y manoseable y no de las teclas de una base de datos. No hay nada más bello que una biblioteca leída y bien conservada; y que no les pase como a mí. Doné parte de la mía y la única colección de un boletín confidencial que se publicó durante más de 30 años y lo tienen todo tirado en una habitación de un antiguo colegio, lleno de ratas. Cuidado con las donaciones, que son perversas. Sin embargo, Garachico conserva primorosamente mi colección de postales antiguas, a disposición de los investigadores. Aquellos libros tenían que haber ido a la Villa y Puerto y no a un Ayuntamiento lleno de zoquetes. Me equivoqué, y lo siento. Como dijo el rey emérito: no volverá a ocurrir.

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