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Un paseo

Para aliviar la tensión que me produce la enfermedad de mi perra, Mini –que espero que los doctores alivien–, me he dado un paseo por el Puerto. Mi casa me abrumaba, se me venía encima, y el hecho de no poder llevar a Mini conmigo, porque apenas puede andar, me entristecía. Pero tras la caída que sufrí hace unos meses ya no puedo caminar como antes, porque la cadera me duele, así que no les voy a decir que yo sea una máquina de buenas noticias. Supongo que el temporal pasará. El paseo fue discreto, para comprar la bonoloto en la administración de loterías y un teléfono móvil en un establecimiento chiquitito, regentado por unos venezolanos jóvenes, que he descubierto en la Plaza del Charco. Por el camino me encontré a un checo que ha construido una bicicleta de madera de abedul y roble, muy bonita y original, cuyo puente está formado por guitarras eléctricas, que suenan y que suenan bien. Hice unas fotos y voy a proponer al periódico un pequeño reportaje sobre este hombre, que ha recalado en el Puerto -se llama Milos Smilnak- y cuyo invento merece atención. Tomé, ya digo, varias fotos. Lleva, en un pequeño compartimento de la bici, un perrito muy pequeño que le hace compañía y con el que tienen que ver todos los turistas. Hay que ver el cariño que los extranjeros profesan a los animales. Da gusto. No como el mago, que es un bárbaro. El paseo acabó trabajosamente en mi casa, pero antes pude ver a una pareja bailar un tango en la explanada de la Punta del Viento. Muy bien. Con mucho público. El Puerto es una caja de sorpresas porque frente al hotel Monopol un cantante ambulante bordaba canciones de los 60, él solo, con su guitarra. El Puerto sigue teniendo su encanto.

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