en la frontera

El 10-N y el espacio del centro

La cita electoral del 10-N vuelve a colocar en el candelero la cuestión del centro, de la moderación, de las políticas centradas, de la sensibilidad social, del espacio del entendimiento, del espacio del pensamiento abierto, del espacio de la racionalidad, del espacio de la realidad. Se habla mucho de táctica, estrategia, encuestas, sondeos, de que las elecciones se ganan desde el centro, pero se debate poco acerca de lo que es el espacio del centro: el espacio en el que las políticas tienen como centro y raíz la dignidad del ser humano y sus derechos fundamentales, no los cálculos, tácticas o estrategias para conservar la posición a cómo de lugar.

Pues bien, el espacio de centro se nos presenta como un espacio en el que los principios, fundamentalmente los del Estado social y democrático de Derecho: juridicidad, separación de los poderes, reconocimiento de los derechos fundamentales de la persona, solidaridad y participación, han de aplicarse permanentemente sobre la realidad. Principios y realidad son conceptos complementarios. Las teorizaciones de orden intervencionista o liberalizador expresadas como políticas generales y abstractas a aplicar, sin modulación alguna, por izquierda y derecha respectivamente, constituyen un buen ejemplo del ocaso en que hoy están sumidas las llamadas ideologías cerradas. Es más, hoy la gente lo que reclama son políticas humanas, políticas diseñadas pensando en la defensa, protección y promoción de los derechos fundamentales de las personas y a ellas dirigidas. Lejos de presunciones simplistas, las políticas de centro se asientan en principios que se aplican sobre la realidad desde una mentalidad abierta, a partir de capacidad de entendimiento y teniendo presente una creciente sensibilidad social. Cuanto más generales y globales sean estos, más rotundo podrá ser aquel en sus propuestas y afirmaciones. Sólo minorías asociales podrían negar hoy la validez de principios universales referentes a los derechos humanos, a la justicia social o a la democracia que parte de la participación política. Pero si para los principios más elevados se puede solicitar el consenso universal, impuesto por la misma realidad de las cosas, la concreción o aplicación de los principios a las situaciones concretas queda sujeta a márgenes de variación notables.
Por eso, es hora de retomar la lección del maestro Aristóteles cuando afirmaba que de la conducta humana es difícil hablar con precisión. Más que reglas fijas, el que actúa debe considerar lo que es oportuno en cada caso, como ocurre también con el piloto de un barco. La verdad, la dignidad del ser humano, no necesita cambiar, de hecho no cambia, pero la prudencia cambia constantemente, pues se refiere a lo conveniente en cada caso y para cada uno. Prudente es el que delibera bien y busca el mayor bien práctico. No delibera sólo sobre lo que es general, sino también sobre lo particular, porque la acción es siempre particular. Si bien los principios son las bases de la conducta, las circunstancias, cuándo se estudian y se trabaja sobre ellas, suelen aconsejar, en el marco del pensamiento plural, diferentes posibilidades que la prudencia será capaz de priorizar de acuerdo con la mejora de las condiciones integrales de vida de los ciudadanos. Los principios, la prudencia, la realidad y las circunstancias, son conceptos que quien dispone del talento para el gobierno sabe conjugar de manera complementaria. Desde luego, más pragmatismo y menos principios es el camino al fracaso como la realidad acredita en este tiempo. Ahora que parece que una mayoría relevante de ciudadanos quiere políticas moderadas es momento de que las ofertas electorales se centren y se realicen contando con las personas. La experiencia de las últimas décadas nos enseña en qué sentido unos y otros fueron capaces de interpretar el espacio del centro. Ahora, de cara al 10-N, veremos si se apuesta por políticas viejas, por políticas nuevas, por compromisos creíbles, o por políticas diseñadas y realizadas al servicio real de las personas.

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