el charco hondo

La (a)normalidad

Tiene la extrema derecha, especialmente la nacida en el siglo XXI, la habilidad de entrar en cumpleaños, conversaciones, cafés y sondeos sin hacer ruido, mezclándose entre los invitados con gestos familiares. Sabe colarse en las bodas, haciéndose pasar por fotógrafos o compañeros de juergas del novio. La derecha extrema es consciente de que para crecer electoralmente no debe llegar a los sitios dando patadas a los desconocidos, mirando mal a la novia o tirando al suelo los canapés. Al revés, enseña la pata pero sin mostrarse de cuerpo entero. En los debates o entrevistas verbaliza solo aquellas banderas que sabe más transversales, esas que garantizan una mayor permeabilidad, propuestas tribales que tímpanos básicos compran con facilidad, ideas que al trazar una línea entre nosotros y los otros dibujan su casilla de salida, y de llegada. La extrema derecha de última generación se desliza entre otras opciones llamando la atención, pero sin pasarse. Se disfraza de normalidad. Maquillada, se cuida de que no exhibir lo que esconde. A veces no se deja identificar, de ahí que no esté de más volver a Umberto Eco para recordar los elementos que identifican a la extrema derecha, esa que según el escritor italiano está siempre ahí, al acecho, esperando un mínimo descuido para saltar y apoderarse de un Gobierno nacional, una sociedad, un país. Eco resumió a la extrema derecha en catorce características. Culto a la tradición. Rechazo al modernismo. Culto de la acción por la acción. Rechazo del pensamiento crítico. Miedo a la diferencia. Llamamiento a las clases medias frustradas. Nacionalismo y xenofobia. Envidia y miedo al enemigo. Principio de guerra permanente. Elitismo. Heroísmo, culto a la muerte. Transferencia de la voluntad de poder a cuestiones sexuales. Populismo cualitativo.

Neolengua. Éste es el perfil. Ése es el hueso que esconde el músculo. Siempre al acecho, esperando un descuido. La extrema derecha se cuela en la normalidad yendo a pasárselo bien a hormigueros que la adoptan, y ríen la gracia, como parte del espectáculo. Santiago Abascal no será presidente de España. Ese no es el asunto. El problema es que se ha normalizado la idea de que España pueda tener un presidente, Pablo Casado, al que la extrema derecha le corrija, dirija y marque discursos, políticas y leyes.

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