tribuna

La lección del volcán

Estos días, las revueltas en Cataluña me traen ráfagas de memoria de los setenta, que fueron años convulsos en las islas y en Tenerife en particular. Cuesta poco rememorar aquellos años de insurgencia urbana por la muerte de Bartolomé García Lorenzo en la barriada de Somosierra-García Escámez y de Javier Fernández Quesada a las puertas de la Universidad de La Laguna. En el 76 y en el 77, respectivamente, a causa de tales crímenes a cargo de las fuerzas de seguridad del Estado salió la gente masivamente a la calle. Recuerdo la huelga general, los disturbios, las barricadas, la guerra de guerrillas, las cargas policiales y los detenidos por decenas. Con la muerte entonces reciente del dictador, cuyo cadáver será exhumado la próxima semana, esta isla era un polvorín. Los jóvenes universitarios de entonces tomaban vehementemente la calle y desataban batallas campales con los grises.

Una vez me contó Vázquez Montalbán que en tiempos del franquismo se desdoblaba, acudía de modo militante a la manifestación de marras y en un doblar de esquinas se escapaba a la redacción a escribir la crónica antes de reincorporarse a la protesta fiel a sus credenciales comunistas. Había periodistas activistas en Tenerife aquellos años clandestinos de la pretransición, que espoleaban desde partidos de izquierda antifranquistas dispuestos a quemar contenedores y hacer barricadas. En mi modesta alícuota parte ejercía esa doble vida de Montalbán. Me adentraba en los continuos maremotos de las calles de Santa Cruz (la ciudad cosmopolita era un campo de batalla irreconocible a menudo), corríamos, cruzábamos el parque García Sanabria, y en un descuido de los antidisturbios regresábamos a la redacción del Diario, en la calle Santa Rosalía, hacíamos la crónica de los incidentes y retornábamos como una bala al río de la calle con la gente, entre bandadas de jóvenes dispuestos a quemar las naves en aquella orgía de párvulos y pardillos demócratas convencidos contra las cadenas de Cristo Rey y una sórdida generación de policías carcas que practicaban la tortura con perfidia y crueldad, como quedó demostrado con el infausto comisario Matute.

Pero era una España saliendo de las cavernas de la dictadura y éramos púberes e intrépidos, soñábamos con la libertad como un trofeo de juventud. En Cataluña hay una explosión de sentimientos encontrados, una mezcla de la Canarias que conocí en la Transición ansiosa de convivir en paz y libertad, sin sectarismos, y de la que sobrevino poco después alentada por Cubillo desde Argel contra el centralismo colonial, que era como la rotura de una presa de noche mientras la sociedad dormía.

Hoy las calles de Barcelona son aquellas calles de Tenerife. Pero me atrevería a decir que los disturbios y el conflicto insular de entonces -finales de los 70 y principios de los 80- eran más graves -siendo menos multitudinarios- que los del procés, mayor la fumarola del volcán que la de la Generalitat, más alargada la sombra de Cubillo en Argel que la de Puigdemont en Waterloo. Pocos parecen recordar – es cierto que han pasado 40 años- que una entidad supraestatal del vecino continente, la Organización para la Unidad Africana (OUA, hoy UA), acordó en 1978 (como ya había sugerido hace 50 años, en 1968) declarar la africanidad de Canarias y reclamar su independencia. Y que tan serio fue el asunto que Suárez comisionó a su ministro de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja, para que convenciera con razones o con talones a los líderes de los estados africanos para que se retractaran. Es posible que pocos se acuerden-salvo José Arturo Navarro Riaño, que organizó el protocolo- que una delegación oficial de la OUA encabezada por su secretario general, el togolés Edem Kodjo, visitó las Islas Canarias en 1981 para contrastar la condición colonial y africana del Archipiélago.

En Cataluña todavía no han llegado las cosas a ese extremo, ni las cloacas del Estado han promovido atentado alguno contra algún líder soberanista como sucedió con Cubillo, al que, en abril del 78, el Estado español ordenó matar para abortar su cruzada radiofónica y callejera -las bombas de la propaganda armada del Mpaiac-. Cubillo se disponía esos días a volar a Nueva York para plantear la cuestión canaria en la ONU, donde desde los años 60, al calor de la ebullición de los procesos de independencia en Asia y África tras la segunda guerra mundial, había salido a relucir el nombre de Canarias entre los territorios a descolonizar. El lenguaje político de la época se adornaba de continuas referencias al anticolonialismo, antiimperialismo y Tercer Mundo, como tantas veces recuerda el historiador de la Universidad de La Laguna Domingo Garí. Cubillo fue atacado con un cuchillo de pesca en la puerta de su casa de Argel en vísperas de ese viaje a la ciudad de los rascacielos en compañía del camerunés Eteki, secretario general de la OUA en ese momento. Los sicarios huyeron antes de cortarle la cabeza para fingir un atentado árabe de consumo doméstico.

No, Cataluña no está en ese punto álgido todavía. Se trata de un contencioso delicado, pero no de un conflicto internacional de aquella naturaleza. En Canarias se recondujo el pandemónium de los años al rojo vivo, llegó la autonomía y el autogobierno y Suárez instauró la costumbre de mimar a las Islas, respetar sus fueros y consagrar sus singularidades -hasta constituir la única región ultraperiferica de España- para evitar males mayores. Con ser sensiblemente inferior el sentimiento nacionalista de los canarios con relación al pueblo catalán, la historia tiene registrado que aquí se llegó tan lejos que en España se pensó seriamente en la eventualidad de tener que enfrentar un expediente descolonizador alentado por las propias Naciones Unidas respecto a Canarias. Fue una historia de espías y asesinos a sueldo, de un agente alemán, Werner Mauss, de la Baja Sajonia, y de un confidente español de los bajos fondos como José Luis Espinosa Pardo, que se infiltró en el círculo íntimo de Cubillo y acabó condenado a 20 años de cárcel por organizar su intento de asesinato, del que resultó paralítico de por vida. España y Argelia libraban una guerra psicológica por el Sahara y por Canarias.

Cuando quiera que sea que se vaya Reino Unido de Europa y quede Irlanda del Norte como una especie de Canarias con régimen especial -el backstop- empezará la cuenta atrás de la pacificación definitiva del conflicto catalán. Porque Europa no puede permitirse dos brexits. Y alguien desempolvará los archivos de Estado para ver qué pasó en Canarias hace cuarenta años y cómo se encauzaron las aguas una vez desbordadas.

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