La verdadera dimensión de Pedro Sánchez como hombre de Estado la va a dar el conflicto catalán. Tras la sentencia del Tribunal Supremo, prevista para la próxima semana, se esperan gravísimos disturbios en Cataluña, alentados desde la propia Generalidad. Es muy probable que Sánchez tenga que aplicar el artículo 155 de la Constitución y puede que hasta intervenir completamente la autonomía. Torra está llamando a la desobediencia civil y se sospecha connivencia de autoridades catalanas con los terroristas detenidos por la Guardia Civil, con explosivos en su poder. Pedro Sánchez, que jamás se refería al dichoso artículo 155, ya lo cita con frecuencia. Hay preparados 1.000 policías nacionales por si los Mossos no son capaces de contener las algaradas. Barcelona y otras ciudades pueden convertirse en un infierno porque menos de la mitad de los catalanes se han empeñado en convertir su autonomía en república, sabiendo que no es posible; ni lo ha sido, ni lo será. La historia no es nueva: ya la armó en su día Companys y la han montado otros ilusos, pero en esta época contemporánea quien arrojó el primer tonique fue Arturo Mas, que parecía una mosquita muerta. Hay quien dice que todo fue para salvar a los Pujol de la justicia, tras haber cometido sus conocidas tropelías. Hace mucho tiempo que la corrupción está a la orden del día entre muchos políticos catalanes, antes de que lo denunciara el socialista Maragall, no sé si por convicción o sufriendo un ataque de honradez. Pedro Sánchez tiene un problema, aunque a lo mejor la aplicación enérgica del 155 le hace ganar las elecciones en el resto de España y puede que hasta en la propia Cataluña. Será su prueba de fuego y estamos a días de que se monte una gorda o se controle a los sediciosos, a los rebeldes y a los golpistas.