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Zafiancos

Sánchez confundió el serrano con el ibérico con la misma rigurosidad con la que escribió su tesis doctoral. Tenemos un genio en el ruedo político. Si Sánchez fuera camarero saludaría con el “¡Hola, chicos!” con que ahora saludan los mozos a los clientes en los bares de mi pueblo. El otro día le dije a uno que no lo recordaba en mis clases del colegio de los agustinos, a ver si cogía la indirecta; pero no, al levantarnos nos despidió con un “¡adiós chicos!”. Opelio Rodríguez Peña, inolvidable delegado de Información y Turismo y jefe magnánimo de los últimos censores de prensa, acuñó una palabra para señalar al confianzudo, en verre lagunero: zafianco. No veo sino camareros zafiancos, dependientes zafiancos y gente en general zafianca pululando por calles y plazas de nuestros pueblos. Sánchez se ve que no tiene paladar, al menos para el jamón, porque no es lo mismo el ibérico que el serrano, aunque si les digo la verdad a mí me gustan los dos y no le hago ascos ni al pata negra ni al otro, llámense como se llamen. Pero los extremeños están cabreados con el candidato, que fue allí a predicar en vano, perdido entre las rutas de la bellota y el cochino. A mí del cochino me gusta hasta la conversación. Tengo un amigo USA que viene a España cada año a comer jamón, jamón y paella, sin darse cuenta de que allí tienen al famoso José Andrés, cocinero que fue de la Casa Blanca y ahora millonario paellero de los yanquis. La peor paella –o sea, una poleada— que me he comido yo en mi vida la ingerí en New Jersey, de la mano del célebre Félix Lam. No es que la cocinara él, sino otro chino o así que me cogió desprevenido. Tardé diez años en digerirla.

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