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Hablemos del tiempo

Ha sido siempre muy recurrente hablar del tiempo. Sobre todo cuando uno no sabe a qué atenerse. Y yo en este momento estoy en el grupo de los que no saben a qué atenerse. Ser columnista ahora me parece tan complicado como en los tiempos de Franco. Como cuando escribí un artículo sobre unas bragas rojas que me encontré en una carretera y Alfonso García-Ramos me lo censuró. “¿Qué quieres?” -me dijo-“¿que me secuestren la edición en Información y Turismo?”. Sólo una vez secuestraron un periódico en Tenerife, cuando el franquismo, El Día, gracias a un artículo de don José María Hernández-Rubio titulado “Como en los tiempos de Ramsés II”, si la memoria no me falla. Hernández-Rubio me dijo un día, los dos juntos desayunando en el bar de Salvador, en la vieja universidad: “¿Sabe usted cuál es el periódico más interesante del mundo (tenía en la mano La Hoja del Lunes)? “No, don José María”. “Pues es este. ¿Y sabe usted por qué?”. “No, don José María”. “Pues porque no dice nada”. Y después me obsequió con una carcajada de las de él, moviendo el bigote con ganas. Yo ahora quiero hablar del tiempo, porque si escribo de política corro el peligro de que aparezcan los duendes, que nadie los ha visto, pero haberlos, haylos. Los periodistas nunca nos equivocamos, sino que son los elfos los que meten la pata y más ahora, cerca de la Navidad. Como aquella vez, cuando un periódico local tituló Fulanita de Tal, nombrada Ramera Mayor de La Orotava. El hombre nace con la vocación de equivocarse, menos los periodistas, que estamos en posesión de la verdad. Abascal razonó sobre la postura de Vox con cierta prensa, por lo que ha sido muy criticado. Pero nadie criticó al socialista Ábalos, cuando discutió airadamente con otro periodista en una rueda de prensa. Hablemos del tiempo, pues.

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