despuÉs del paréntesis

El amor y otros demonios

Mi abuela siempre lo consideró negocio del diablo; “¡amor de los demonios!”, decía. Ella, viuda de tantos años, no entendía las cosas sorprendentes que ocurrían a su alrededor, que fulanita de tal se encaprichara de fulanito sin temor a los comentarios de la gente o a la fuerza centrípeta de los hijos… Aconteció. Fue el compañero de toda su vida, desde el instituto hasta el final de las carreras, una de medicina, otro de química. El mundo transcurría con armonía; quehaceres complementarios, inventarios comunes, dos vástagos, la casa, las vacaciones… Y sucedió. Por el camino de él se cruzó una con pechos mayores y más joven. Dejó el hogar. De la noche a la mañana el cosmos se rasgó por la mitad y las cortinas del templo cayeron al suelo. Nada tenía razón, ni las cosas comunes se encontraban en su sitio. La cuestión no era que se sintiera desplazada, el pormenor a considerar es que no interpretaba por qué la rechazaron. Ella, a la que jamás se le ocurrió el deshonor de la traición o del adulterio, por más peregrino e insignificante que fuera el adulterio, estaba sola. Tampoco eso era lo básico; lo quebradizo era que no sabía, no se había entrenado para estar sola.

Y hete aquí que a los pocos meses de la defunción del susodicho, que no fue muerte prematura, le fue diagnosticado un cáncer de páncreas en estado avanzado. Los días estaban contados. Así que ella se movió porque continuaba siendo fiel a quien colmó su existencia. Lo visitó, habló con él y trató de cerrar a su modo lo que estaba rematado.

Me dijo que la cuestión es que lo quería, que aún seguía queriéndolo. Y yo le dije que hay asuntos que solo se admiten por la consecuencia, no por la extensión pública de la consecuencia. Le hablé de Platón, ese filósofo que ella no conocía demasiado; le conté lo que el griego de hace tanto tiempo hizo saber: que el amor está en la esencia del amor, no en lo que se comparte; que del amor se sabe por lo que se siente y se vive, no porque te acuestes con aquel o con aquella. El amor es; y es por lo que queda, no por los reparos. Decidió estar con otra, le comenté.

Luego, no has de acercarte al entierro; debes dejar libre a quien eligió para la despedida. No te interpongas.

No me hizo caso, claro; la historia es así. Nunca aceptamos lo que nos negamos a aceptar. La cuestión no es el derrumbe del universo; es que hay asuntos a los que hemos de contraponer la eficacia de lo duradero aunque quien tengamos enfrente de nuestro rostro sea la figura más cruel y brutal de lo acabado.

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