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El vuelo Belfast-Edimburgo

No recuerdo el año. Pero cuando llegamos a Belfast, la ciudad estaba en estado de sitio. En la puerta del hotel donde nos alojamos había tongas de sacos rellenos de arena, a uno y otro lado de la entrada. Pero nunca tuve la sensación de peligro. Yo había sido invitado por el Patronato de Turismo, a cubrir una promoción exitosa de Canarias en el Reino Unido. Algunas personas que asistieron a esta promoción y que aún viven podrán corroborar lo que digo. Terminada nuestra misión en Irlanda del Norte, embarcamos en el aeropuerto de Belfast para visitar Edimburgo, una urbe realmente preciosa. Lo hicimos en un Vickers Viscount, cuatrimotor de hélice, no sé si de BOAC o de otra compañía británica. En pleno trayecto nos sorprendió una tormenta que probablemente hizo peligrar nuestras vidas. Los equipajes de mano rodaban por los pasillos del avión, las azafatas lloraban, muchos pasajeros proferían gritos de pánico. Yo permanecí muy tranquilo, a pesar de que era joven y tenía mucho que perder. Sabía que saldríamos de aquel infierno. Las alas del avión parecía que se iban a partir y el temporal azotaba la aeronave, mantenida en rumbo gracias a la pericia de los pilotos y a que el Vickers Viscount era un avión estupendo. Todavía hay uno en Los Rodeos, en cuyo cadáver hacen prácticas los bomberos del aeropuerto. Logramos llegar a Edimburgo y aterrizar en su aeródromo, empleando en el trayecto mucho más tiempo que el previsto, con un viento en contra espantoso. No se me va a olvidar aquel vuelo, aunque he perdido la noción de la fecha, como me ocurre tantas veces. Es lo que nos suele pasar a quienes vivimos muchas cosas a lo largo de nuestra existencia. Pero aquí estoy, ni siquiera me tumbó el temporal. Aquel día le echamos un pulso a la muerte.

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