Apenas quedan unos días para que 2019, uno de los años malos de mi vida, quede atrás. Bueno, peor fue el 2015. Yo era optimista antes, pero ahora se me ha contagiado el pesimismo de la generación del 27, que dice que fue la más ceniza. Claro, veían venir la guerra civil. Ahora no hay aquí guerras civiles, pero sí guerracivilismo, que no sé si será peor. Siempre que tengamos gobernantes idiotas, como Zapatero, Sánchez y ahora Iglesias, existirá el riesgo de confrontación social entre españoles, pero no porque sean conscientes de ello estos personajes, sino precisamente por su inconsciencia y por su falta de talla intelectual. Es una pena que a la política sólo se dediquen los tontos en un país que necesita de personas inteligentes para su supervivencia. Fíjense en las Cortes: da pena, llenos los escaños de desarrapados, de tipos con anoraks y de antiguos vendedores de H&M, que no son precisamente unos genios de la política –aunque sí lo podrían ser de vender barato-. Como ese Rufián, que no pasaría de encargado de almacén. No espero mucho de 2020 porque mi padre se pasó más de sesenta años confiando en que le tocara algo en la lotería y se murió sin conseguirlo. Tal era su ilusión que compraba la lotería con letras de cambio, a las que el lotero le incrementaba los gastos de negociación. Cuando murió mi padre nos topamos con un armario entero lleno de décimos sin premiar, pero allí almacenados cuidadosamente, por si acaso la suerte cambiaba. Y los revisaba de vez en cuando, sin tener en cuenta su caducidad. Mi padre era un tío genial, creía en los imposibles y en los milagros. Yo no. Yo sólo creo en Messi, que es el único que no falla en este país. Y eso que es argentino.
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