el charco hondo

El medio bocadillo y la pulguita

No ha sido José Luis Ábalos -ministro o secretario de Organización, depende- quien ha estrenado el hábito de denominar de dos o más maneras diferentes lo que política, aeronáutica y diplomáticamente viene a ser la misma cosa. El catálogo de ejemplos sobrevuela lo infinito. Que algo sea nombrado de distintas maneras viene de atrás. Colega, compinche, broder, cuate o pana. Pijo, concheto, cuico, fresa (en México) o sifrino. Autobús, guagua, trole, colectivo, liebre (en Chile) o buseta. Y así. Los bocadillos son, en Sudamérica, picoteo, picadita, botana, pasapalo o picadera. Aquí, en las Islas, tenemos un currículum nada desdeñable llamando de forma distinta a lo que viene a ser lo mismo. Ejemplos hay para llenar una piñata, pero es bastante probable que tengamos en el maridaje pulguita-medio bocadillo el caso más reseñable. No ha nacido quien sepa explicar (con solvencia, al menos) qué diferencia hay entre la pulguita y el medio bocadillo. Algunos argumentan, sin demasiada convicción, y con poco fundamento, que algo que es sustancialmente idéntico -como es el caso de la pulguita y el medio- no es lo mismo porque el pan es diferente. Otra teoría, quizá algo más atinada, apunta a que el medio es medio y la pulguita es un medio cortado en dos cuartos. La cosa es que cuando se nos pregunta si una cosa o la otra -o la misma, cabría precisar- nos dejamos llevar y respondemos como si lo mismo no lo fuera o fuese. Y luego está lo de Ábalos. Se reúne durante veinticinco minutos con la vicepresidenta venezolana y asegura, flirteando con los hechos alternativos de la Administración Trump, que lo suyo no fue una reunión sino un encuentro, en fin, qué decir, tirando a casual, bordeando lo imprevisto, poco premeditado, lo que viene a ser un cumpleaños sorpresa, celebrado por algunos pero odiado por muchos. Veinticinco minutos son veinticinco minutos, dan para muchísimo y no se dejan rebajar por mucho que se le cambie la denominación. No ha tenido suerte el Gobierno de España. Estrenarse con sus dos principales contradicciones (Venezuela y Torra) silencia otros capítulos que no obligará a los ministros a susurrar cuando se les pregunta por según qué cosas. La soberbia de Ábalos le ha jugado una mala pasada, creer que podía negar la mayor ha sido una torpeza. Tan indiscutible es que veinticinco minutos es una reunión como que una pulguita es un medio bocadillo. Lo otro, jugar a cambiar el nombre a las cosas, es tanto como sumarse a los hechos alternativos de Donald Trump.

TE PUEDE INTERESAR