después del paréntesis

Esperando a los bárbaros

En las almenas de un inmundo castillo, la Fortaleza Bastiani, el oficial Giovanni Drogo observa el desierto. Debe presentarse el enemigo por ahí; ese es el lugar. Él está en la atalaya para defender a la patria. Tal cosa ocurre en la alucinante novela de Dino Buzzati El desierto de los tártaros, y eso acaece en la que acaso sea la mejor del Nobel de Literatura, el sudafricano J.M. Coetzee, Esperando a los bárbaros.
Jamás la literatura tuvo tanta razón. En 1940 y 1980 el sueño se adelantó a la realidad. La mirada de Buzzati y de Coetzee alertan de lo que resulta actual y perturbador. Como en la ficción, los otros no cargan contra la integridad de los civilizados. Defienden su dignidad. Más alzamos los muros o las vallas con serpentinas y preparamos al Ejército para que dispare a matar. Los dos escritores lo confirmaron: quien se arriesgue desde este lado de la frontera a contradecir a los valedores (como el Magistrado en los bárbaros de Coetzee) será encarcelado o lanzado al exilio. Los destacados (que no pueden ser descubiertos) se mueven por una condición: imponer la vileza moral a los vituperados y desconocidos a los que no se les permite hablar.
¿Quién nos ataca?
Llegan pateras a Canarias. Y llegan porque los que de ese modo se arriesgan se enfrentan a lo inevitable. Si consiguen tocar tierra, tropiezan con la desilusión y la adversidad. Han cruzado la línea que enfrenta al 10% de ricos con el resto de habitantes del planeta; asumen mancillar el círculo de tiza que nos beneficia; traspasan el umbral de la exclusión.
La vida no vale nada en su circunstancia, dicen; solo salvar la línea divisoria o el charco de agua que se resiste aunque pagues con la muerte. Los que se salvan (no los niños muertos en las orillas del mar) pagarán un horrendo peaje. Lecciones de los de esta parte del mundo que sirven para que ningún rostro extraño se acerque a la tapia de nuestro jardín con lindas flores y que repite el paraíso.
Así que a los xenófobos de esta condición los separa la diferencia y la miseria. El color es una marca cimera de la inferioridad; la miseria se ignora, no toca. Por eso, los Trump y compañía duermen bien; los asiste el consuelo de la caridad o los donativos a las ONG indicadas para hacer el trabajo sucio que no hacen los que nos protegen.
Lo enunció Dino Buzzati: “Luego, en la oscuridad, aunque nadie lo ve, sonríe”; lo remató J.M. Coetzee: “Pienso: “He tenido delante de mis ojos algo que salta a la vista, y todavía no lo veo”.

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