tribuna

La marcha azul

Marruecos tira la piedra y esconde la mano. Su estilo es la diplomacia de los hechos consumados. Para las Islas no es nada nuevo; para un gobernante desmemoriado en Madrid la treta puede surtir efecto. Hay que aguzar los sentidos si no queremos que nos sorprendan males mayores. Las leyes marítimas que acaba de aprobar el Parlamento marroquí para delimitar sus fronteras tienen dos consecuencias perversas: usurpar el mar del Sahara en flagrante violación del derecho internacional y, en lo que nos atañe e inquieta, alargar sobre las Islas la sombra de un territorio fantasma con capital ilusoria en Rabat.

Esta ficha no se movió sorpresivamente este miércoles en la Cámara de Representantes marroquí; responde a un procedimiento iniciado en 2017, y ya entonces alertamos en nuestro periódico de la semilla de la discordia. La amenaza ahora ya está plasmada en el papel y en la misma premeditación se incluye, pasando por la ONU, ampliar la plataforma continental para disputarnos los minerales de la llamada tecnología verde que atesora la cadena montañosa de nuestras islas abuelas al sur. Marruecos es el reino de los cielos, los mares y las islas del Atlántico Medio, en el imaginario de sus monarcas. A nosotros esos sueños de grandeza nos salpican de lleno, siempre preguntándonos qué hacer y qué no hacer, y cómo hacernos valer sin dejar pasar por alto nada de lo que mañana nos podamos arrepentir. “Es un derecho soberano que Marruecos no necesita consultar con otro país”. Esta fue la respuesta en caliente, en julio de 2017, que recogió la agencia Efe, del portavoz del Gobierno marroquí, Mustafa Jalfi, tras el primer acuerdo del Ejecutivo sobre estas leyes nada inocentes, ante la pregunta de si obedecía a un diferendo territorial con España por las aguas de Canarias.

Estamos en pleno siroco africano sobre un mar de pateras y cayucos. A Marruecos le tenemos cogida la medida desde los 70, cuando la frustrada descolonización del Sahara. En las calles de la capital grancanaria los saharauis, tras la invasión de su parte del desierto por Rabat, esquivaban a los agentes marroquíes camuflados en una ciudad transitada de polisarios. Tenía y tiene unos pocos buenos amigos el rey alauí en nuestras Islas, pero había alguna que otra casa donde eran bien recibidos los saharauis, pese al lobby promarroquí, y una asociación de amigos del Sahara, que servía de embajada del pueblo ocupado, un sitio amable donde pernoctar. Entonces, Hassan II era un monarca influyente que se recluía en los palacios opulentos de sus dominios y movía las fichas de un tablero al rojo vivo, donde se sentía necesario y estratégico para Europa. Jacques Chirac tutelaba su esgrima de mandatario sinuoso, y él intimidaba de ese modo a mauritanos y polisarios, y se engallaba frente a Argel dando vueltas con su rito rototraslatorio de marear la perdiz hasta conseguir el objetivo. Hassan II era un referente africano para las democracias europeas. En Canarias no caía simpático, pero había buena fe en gobernantes como Saavedra en la idea de tender puentes de buena vecindad comercial y turística.

En ese intento de llevarse bien convenían huéspedes españoles como Juan Goytisolo, tomando té con menta en la plaza de todas las palabras, Xmáa-El-Fna, donde se enardece Marraquech. Los canarios lo íbamos a ver, departíamos en su arcadia marroquí de los lazos inexistentes, pues la desconfianza nos ha alejado siempre al uno del otro. Salvo el recordatorio de las pateras, nos hemos dado la espalda. Había otra cosa inquietante. Durante estos años, los gobernantes que volvían de hablar con el rey alauí comentaban lo del mapa. Un atlas en su despacho, que mostraba coloreado de amarillo el Gran Magreb, contenía nuestras Islas, Ceuta y Melilla. No había deleite en la relación, sino detalles de mal gusto, una cierta descortesía de un vecino arrogante.

La guerra del Sáhara de los años 80, entre polisarios y marroquíes, involucró a las islas involuntariamente y se cobró vidas humanas. Los pescadores isleños secuestrados por los efectivos de la RASD vivieron una suerte de síndrome de Estocolmo cuando invitaban a sus captores a apadrinar a sus hijos que bautizaban en Las Palmas al recobrar la libertad. En Tinduf, Mohamed Abdelaziz (heredero incombustible de El Uali, el joven fundador del Polisario muerto en combate) nos pidió opinión a los periodistas y yo di la mía: que los pesqueros canarios que llevaran la bandera tricolor fueran protegidos en mitad de la guerra. Marruecos no eran monjas ursulinas. Están por esclarecerse aún algunos graves atentados cometidos por los dos bandos. Rabat ha toreado siempre a la ONU tras apropiarse del Sahara hace más de 40 años. Es un caso inaudito de desobediencia internacional desde Kurt Waldheim a António Guterres pasando por Pérez de Cuéllar, Boutros-Ghali, Kofi Annan y Ban Ki-moon.

Somos como la pequeña Cuba a pocas millas de un Estado que no es de fiar, dotado de una capacidad de espera exasperante. En esta callada respuesta a los requerimientos de Naciones Unidas, Marruecos ha ejercido una dilatada represión de puertas adentro. Por esa causa, en Lanzarote fuimos testigos de la huelga de hambre de Aminetu Haidar, a finales de 2009, que no se rindió hasta que la dejaron volver a El Aaiún. En los vuelos a Marruecos son continuos los vetos a visitantes incómodos para el régimen. La coartada es el freno al islamismo que ejerce a ojos de París, a cambio del territorio y ahora las aguas del Sahara. Cuando Franco agonizaba Hassan lanzó la marcha verde que desató el conflicto. Esta vez, el heredero siguió el manual paterno, ante un Sánchez interino saliendo de unas urnas endiabladas. Las leyes son la marcha azul para el control de las aguas ajenas del Sahara, España y Canarias. Estamos asistiendo al capítulo central de una vieja historia no resuelta. El mapa del rey en la pared de su despacho. La persecución de polisarios por las calles de Las Palmas. El ninguneo a la ONU. La disputa del petróleo y el telurio. Y las aguas extraterritoriales. Nada de lo que acontezca a partir de ahora nos será indiferente. Todo nos compete y concierne de un modo absoluto. Es nuestro futuro y nadie ha de tomarse más confianzas de las necesarias. También eso tiene un límite, que habrá que establecer de una vez por todas.

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