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Un sueño en Diego García

Para mi libro de los sueños que, si me da tiempo, tengo que escribir. Viajaba en un crucero rumbo a Australia. Quizá a causa de alguna avería, el barco recaló en la isla de Diego García, en el Índico, un atolón del archipiélago de Chagos que primero fue portugués y ahora británico y actualmente está alquilado a los Estados Unidos, aunque legalmente pertenece a Mauricio. Cuando arribé a su bonita capital -que no existe, porque la isla es una base aérea, logística y de espionaje USA- la ciudad me pareció una réplica de Funchal y, desde luego, allí se hablaba portugués. Y una curiosidad: todos los monumentos tenían su precio marcado en euros. Tú pagas y te los llevas a casa, como si el mobiliario urbano estuviese en liquidación. Había una estatua con base dorada y labrada, preciosa, que me dieron ganas de comprar. Un gato con la rabia se me subió encima y me dejó con la duda de si me había mordido o no. Estas dudas me persiguen en mis sueños, son parte de mis miedos. El guía me tranquilizó a medias: 1.500 animales han sido vacunados en Diego García. Visité su iglesia, que ahora por la Wikipedia me entero de que fue inaugurada en 1895. Les juro que no tenía ni idea de eso, antes del sueño. Y almorcé en un hotel parecido al Mencey, pero situado en una pequeña elevación. Esta mañana he sabido que en Diego García hay una cárcel flotante de la CIA, 2.200 soldados americanos, centros comerciales y hasta un campo de golf. Agobiado, no llegaba nunca al barco para proseguir mi ruta: la guagua no daba la vuelta en las estrechas calles. Además, la perdí y fue cuando me mordió el gato. Me desperté muy alterado, pero les aseguro que anoche estuve en la isla de Diego García.

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