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Una hermosa plática

El otro día asistí a una misa de duelo familiar, “de tres capas”, como se decía antes. Es decir, oficiada por tres sacerdotes. El párroco de San Francisco cedió amablemente la presidencia de la ceremonia al padre Manuel Ángel Izquierdo, titular de la iglesia de Playa de las Américas. Hacía tiempo, mucho tiempo, que no escuchaba a un clérigo de esta Isla dar un sermón de semejante altura intelectual. Conocí a la familia de Manuel Ángel, incluso recuerdo la alegría de sus allegados cuando fue ordenado, hace ya bastantes años. Su padre, empleado de Telefónica, fue quien puso en el mundo moderno al Puerto de la Cruz, hasta su llegada atrasadísima en materia de comunicaciones. A él se debe la construcción y el mantenimiento de la central de la calle Blanco, antes automática y hoy supongo que digital. Izquierdo era todo un personaje y un sabio en materia de telecomunicaciones. Llamé, con ningún éxito, al padre Manuel Ángel para felicitarlo por su disertación: abierta, valiente, cariñosa, con mucho contenido teológico. Yo he dicho aquí que, por lo general, los curas no predican sino tonterías en los púlpitos, creyendo que el fiel oyente es retrasado mental. Se quedó la mayoría de ellos en el catecismo del padre Ripalda, en Adán y Eva y en los fuegos del infierno. Manuel Ángel habló de amor, de la familia, de creación del mundo por los medios que fueran. Y en la misa pidió por el rey, por el Gobierno, por todos los Gobiernos, además de por las dignidades de la Iglesia y por la gente corriente. Estoy harto de decir que no creo en nada, aunque sea lector de Santo Tomás de Aquino y de San Agustín (que también dudaron), pero me alegro de que personas inteligentes y valientes ocupen los púlpitos y no esos sacerdotes que se quedaron en Trento a verlas venir. Y allí siguen.

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