La tentación era, y sigue siendo, demasiado fuerte. Se veía venir que encontrarían en él una manera de ser y estar, una forma de contarlo o mostrarse, un atajo que les permita llegar más rápido a la ansiada popularidad, a esa notoriedad capaz de difuminar o hacer olvidar los objetivos mayúsculos para poner en valor los detalles, la microcirugía, la gestión más minúscula, la superficie, la imagen; en definitiva, la foto.
Así se explica que en algunos ayuntamientos, gobernados por el PSOE, el socialismo haya cedido el paso al abelismo. No es el caso de los alcaldes socialistas que, como Rodríguez Fraga, por ejemplo, acumulan tantos mandatos como aplausos (y votos). Es otro socialismo. Es el nuevo socialismo o abelismo que está extendiéndose en el ámbito municipal, ese que cree haber encontrado en Abel Caballero, alcalde de Vigo, la inspiración y el hilo conductor, el camino. Viralidad, sobreexposición fotográfica, postales informativas, omnipresencia ideológica, flashes, cámara y acción; un manual de instrucciones y estilo, el de Caballero, descaradamente tuneado por algunos ayuntamientos de las Islas. Un cóctel que rematado con una cantidad notable de adanismo (llegar a creerse que la historia empieza con su llegada a las instituciones) da forma al abelismo creciente. El problema que siembran quienes han caído en la trampa de seguir el ejemplo del alcalde de Vigo es doble. Abel Caballero, o Miguel Ángel Revilla, no se dejan imitar tan fácilmente; su caso no es tan importable como algunos alcaldes creen, no es así de sencillo.
Esto, de una parte. Y, de otra, el relato fotográfico tiene un recorrido muy limitado, corto. Más pronto que tarde, cuando el álbum fotográfico no dé más de sí, un ejército de vecinos se harán las preguntas que dan o quitan alcaldías, ¿y qué más?, ¿qué fue de aquello que se nos anunció?, ¿qué fue de lo que se dijo que iban a cambiar o mejorar? Agotados los meses donde novedad y novelería se abrazan, o ya amortizado el aterrizaje fotográfico, los vecinos evalúan lo que ven, y se hacen preguntas, y qué más, qué fue, en qué quedó, y es ahí, ni antes ni después, cuando la realidad cae como plomo sobre la novela paralela que el abelismo pretendió, sin reparar en que la fórmula de Abel Caballero solo vale si eres Abel Caballero y vives en Vigo.