tribuna

Bajo mínimos

La suspensión del Mobile World Congress no ha gustado al Gobierno. ¿Cuáles son las razones para que la vicepresidenta Calvo diga que en nuestro país no existe riesgo de contagio del coronavirus, y, por tanto, la decisión de los organizadores ha sido algo extemporáneo? Se entiende que una medida preventiva debería ser aplaudida por las autoridades y reconocer el sacrificio económico que supone preservar algo tan valioso como la salud. Pero no, aquí parece que la determinación no obedece a una preocupación global, sino que escuece sin saber muy bien por qué. Lo que ocurre es que en Holanda buena parte de las empresas que renuncian a asistir a Barcelona, lo hacen al Integrated Systems Europe (ISE), donde aparentemente existen los mismos peligros, y esto, a nivel comparativo canta mucho. Podríamos entender que no corren buenos tiempos en lo referente a las relaciones internacionales, y que lo que vemos como un ambiente calmo y pacífico, en realidad desde fuera es observado como si estuviera sometido a terribles turbulencias.

No está muy clara la política exterior cuando la ministra dice, por ejemplo, que el señor Guaidó tiene la doble condición de presidente encargado y de jefe de la oposición. Tampoco parece muy sensato amenazar con reducir los apoyos militares como respuesta a una política de aranceles, por parte de EEUU, que nos tiene al campo hecho unos zorros. Todo esto no crea las mejores expectativas para generar un clima de confianza, máxime cuando el Mobile se celebra en un escenario de inestabilidad política debido al conflicto independentista, que un día es político y al siguiente es de convivencia, en función de como convenga al interlocutor. Esto es lo que hay, por eso se enfada la señora Calvo, y no debería hacerlo porque así demuestra la existencia de un problema que mejor sería pasar de puntillas sobre él.

No son buenos tiempos para la imagen exterior, sobre todo cuando a las situaciones que no nos agradan le aplicamos la misma respuesta con que se saldan los debates en la política interna. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos se nos ha hecho conservador y falla a favor de las devoluciones en caliente en nuestras fronteras, obligando a rectificar la ponencia de un miembro progresista del Constitucional en la sentencia sobre la Ley Mordaza. La reacción de los representantes de las ONG no se ha hecho esperar y han llamado fascistas a quienes antes eran considerados los adalides de la libertad. Todavía está en el aire la estela del avión de Delcy Rodríguez, cruzando el espacio español y europeo, donde, a pesar de estar confundida con la calima del progresismo, su presencia incómoda deja un regusto de inestabilidad que no se puede disimular. En estas circunstancias es natural que el presidente Sánchez ofrezca su mano tendida al líder de la oposición, a pesar de que el gesto indique que pretende asirse a la tabla para salvarse de una crisis que avanza cada día a mayor velocidad. España debe recuperar su imagen de prestigio en el seno de las democracias occidentales y no alinearse con los exotismos a que le obligan sus alianzas internas y sus coaliciones. Este giro hacia el Sur, desvinculándose del tridente tradicional en el que la historia y su peso económico y cultural la sitúan en Europa, debe ser rectificado, pero esto se presenta difícil porque los que gritan a las puertas de Ferraz y de Génova no parecen estar por la labor. A veces, cuando salimos a explorar nuevas aventuras surge la decepción al encontrarnos con un vino peor del que estábamos acostumbrados a beber; entonces surgirá una voz sensata que nos recuerde: “Volvamos al bar Alemán de donde nunca debíamos haber salido”.

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