despuÉs del paréntesis

El fracaso

Es la historia de un fracaso soberbio. El arrojo de un sujeto cabal del Renacimiento desafió lo medieval. Si el mundo es redondo, se puede navegar por el mar, es posible salir de frente por Occidente y regresar al punto de partida por la espalda. Lo logró y desde entonces la división del planeta no es horizontal (como idearon los portugueses en detrimento de España); es vertical. Con esa línea la Tierra es para quien la descubre y la ocupa. Fue un sublime autodidacta. Se prendó de la sabiduría de su tiempo (del Libro de las maravillas, de Marco Polo a los conocimientos del matemático, astrónomo y cosmógrafo Paolo dal Pozzo Toscanelli). Mas por lo leído desconocía que el mundo no tenía las dimensiones que el italiano le asignaba. No intuyó que en ese vacío cupiera uno de los tormentos teológicos de la época, que Dios ocultara a los elegidos una isla tan enorme que va del sur más sur al norte… No llegó a Cipango (Japón) como creía. Cosa de la que pronto se percató. En el tercer y cuarto viaje buscó desesperadamente la ruta hacia el otro lugar. Aún no se había inventado el Canal de Panamá y tal estrategia fue imposible. El fracaso fue real. Mas eso no lo distingue. Colón es una de las figuras más increíbles de cuantas han existido. Lo que le pidió a Juan II de Portugal (al que visitó en la vuelta, por su negativa) y a los reyes españoles es glorioso: naves propicias (carabelas), víveres y valores ad hoc: jefe militar, judicial y político; dádivas económicas (participar con el 8% y recibir el 10% de las ganancias); más una cosa superior: para sí y su descendencia, el más de la condición social, ser nombrado caballero (en España, conde). Con esa lista única hubiera amasado la fortuna más grande de cuantas han existido. Falló. Eso no lo justifica: un documento que lo hace intratable. Se lo presentó a Rodrigo de Escobedo (jefe de los que quedaron en Indias) un día antes de la vuelta a España para confirmar su éxito (4 de enero de 1493). Le hace guardar cuatro cajas grandes y cinco chicas. La cuestión es lo que contienen. Se lo dejó ver el cacique Guacanaxan, el garante del más allá. Ahí el saber de lo nuevo, de lo definitivo, de lo nunca visto. E impone una condición: no ser conocido por nadie, incluso por los reyes. Él es el único; individuo sin igual, inalcanzable, central. Por eso al final del escrito recupera su identidad real con la firma: el triángulo divino y Xristo Ferens (Christophoro, Portador de Cristo). Ahora sí, diría, por mí el cosmos se ha revelado.

TE PUEDE INTERESAR