el charco hondo

El otro virus

Entre otras derivadas, en La sociedad de la ignorancia se concluye que la humanidad ha evolucionado en dos direcciones; por un lado la biológica, y por otro la cultural y tecnológica. Con este punto de partida, un grupo de profesores universitarios -Campàs, Innerarity, Ferran Ruiz y Marina Subirats, con Gonçal Mayos y Antoni Brey como editores- coinciden en que, al crecer el saber exponencialmente, la base biológica y genética de los seres humanos está sufriendo una asimetría peligrosa, dinámica que tendría su explicación (bien resumida por Bernabé Sarabia) en que los límites neuronales de las personas están siendo incapaces de asumir el crecimiento hiperbólico de la información disponible. Según los coautores de La sociedad de la ignorancia, dada la creciente desproporción entre la capacidad para generar saber y la capacidad para asumirlo (e integrarlo en las experiencias vitales) parece justificado y quizás inevitable pensar en el advenimiento de una sociedad de la ignorancia o de la incultura. Apuntan los profesores en la dirección correcta, sin duda, pero se quedan cortos. Hay más. Las bocas de agua no terminan ahí. La digestión prácticamente imposible de la información que llega al usuario es un problema, y bien gordo.

Pero, hay más. A ese dolor debemos sumar el hábito de quienes se sienten especialmente cómodos refugiándose en simplificaciones y generalizaciones, en prejuicios, caricaturas, viñetas o en lo que sea con tal de ahorrarse el mínimo esfuerzo de dedicar un rato a algo tan saludable e imprescindible como saber o conocer, al ejercicio de informarse para hablar con algo de madurez y sentido. Viene esto a cuento de las toneladas de ignorancia que son necesarias para creer que los chinos que nos cruzamos por la calle son el virus, así, tal cual, punto final. Y, sobre todo, viene al caso porque este fin de semana confirmé que la ignorancia puede llegar a ser tan agresiva como el propio virus, tan peligrosa como puede serlo cuando uno le dice a otro, sentados los dos en una mesa junto a la mía, en una terraza, estos chinos hijos de puta siempre han sido unos jediondos. Quien hablaba con el ignorante dio por bueno su diagnóstico, asumió la sentencia de quien, sentado en su váter argumental, es incapaz de dedicar un minuto a informarse. Es cierto que está dándose una desproporción entre la capacidad para generar saber y para asumirlo, pero no lo es menos que, a la vista está, la estupidez es muy anterior a la revolución tecnológica.

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