tribuna

Felipe VI aterriza en el Congreso

Un aterrizaje de emergencia es algo habitual que ocurre con más frecuencia de lo que pensamos. En la mayoría de los casos no es ni siquiera noticia, pero ya se sabe que estas surgen sin que nadie lo tenga previsto, y saltan a los medios como un milagro. La cuestión es tener al país en vilo durante unas horas. El incidente de ayer, sin mayor evaluación para los técnicos en aviación, ha sido capaz de desplazar de los titulares de la prensa, y casi borrar del mapa del panorama informativo de las televisiones a algo tan importante como el discurso del rey Felipe VI en el acto inaugural de la legislatura. Es la segunda vez en 15 días que el ministro Ábalos va a Barajas, y en esta parece que lo ha hecho con más éxito que en la primera. Menos mal que El País, en un editorial titulado En el hemiciclo, dice que la presencia del Rey en las Cortes es un paso más en la recuperación de la normalidad. ¿A qué recuperación se refiere cuando en paralelo se lee un manifiesto por parte de un grupo de diputados que lo rechazan? Este gesto podría considerarse habitual si no es por el hecho de que los que protestan con “normalidad” son la clave para dar estabilidad al Gobierno, y, además, como dice la representante de un grupo político en franca debilidad, son los que le marcan la agenda.

El Rey ha ido al Congreso a decir que “no puede ser España de unos contra otros”. Esto, más que ser un paso más en la recuperación de la normalidad, es la advertencia de una situación grave. Unamuno, cuando hacia referencia a esta división entre unos y otros, le otorgaba un tinte de vandalismo añadiendo una hache, con lo que lo de hunos y hotros resultaba ser mucho más explicativo de la situación dramática que quería describir. Creo que en estas palabras de su majestad se encuentra oculto algo del mensaje unamuniano. Quiero decir que se trata del apercibimiento de algo malo que hay que evitar, del anuncio de una emergencia que requiere de un aterrizaje forzoso y de la puesta en marcha de los medios para salvar a los pasajeros del avión.

Los hunos y los hotros no harán demasiado caso a estas recomendaciones porque, como siempre, están en otra cosa, por eso se han trasladado todos al aeropuerto Adolfo Suárez para tratar de hacer realidad lo que se escenificaba como ficción unas horas antes en el edificio de la Carrera de San Jerónimo. Lo que ocurre en el hemiciclo no es completo porque el círculo no se cierra del todo, es solo la mitad. Para que sea perfecto, para hacerlo “redondo”, es necesario que pase por las manos del homónimo que nos planifica la vida política desde su oficina paralela en la Moncloa. Esto, en realidad, es lo que cuenta.

Puede ser que algún ingenuo estuviera pensando en que el Rey se refería a los que estaban dentro y fuera del recinto, pero yo creo que su alusión iba dirigida a todos los que aplaudían enfervorecidos. Ninguno de ellos se dio por aludido, por eso, al poco de salir de allí dirigieron su atención a un avión que daba vueltas en torno a Madrid intentando agotar su combustible, sin apercibirse de que son ellos los que tienen que hacer su aterrizaje de emergencia para salvar los trastos de lo que nos queda de la Constitución del 78.
Sé que a muchos no les gustará lo que estoy escribiendo, pero eso me servirá para demostrar que tengo razón, porque lo que ha dicho el rey no va con ellos, y solo se refiere a la otra parte, sin darse cuenta de que en su conclusión está la clave del asunto: “Tenemos que construir una España de todos para todos”.

Esto no podrá conseguirse jamás si los hunos se consideran mejores que los hotros. Así no vamos a ninguna parte, como siempre. Un avión aterrizando felizmente en Barajas no puede cambiar ese pesimismo feroz que nos hace ser ese país indestructible que ha basado siempre su estabilidad en la amenaza de hacerse pedazos.

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