tribuna

Lo que se avecina, por Arturo Trujillo

Los podemitas ya han llegado al Gobierno de España. A un segundo escalón competencial, pero ahí están. Ya pertenecen a ese grupo de los que “hacen política y son casta”, como hasta hace unos días decía su líder, Pablo Iglesias. Ya no hay más casta. Y como dice Felipe González, “el movimiento podemita en España tiene muchas coincidencias con el movimiento chavista que creó en Venezuela el exmilitar Hugo Chávez”. Y matizó que ambos “tienen evidentes similitudes en las formas de hacer política”. Y no le falta razón al expresidente. Ambos movimientos, además de generar polémicas permanentemente, necesarias para su subsistencia, se mantienen inmersos en un continuo espectáculo lleno de frases hiperbólicas que les permite poder evitar sus declives. Y ahora, observando el panorama actual, pienso que la decisión de Ana Oramas en la votación de investidura de Pedro Sánchez, fue correcta. Hemos comenzado a constatar que la diputada tenía fundamentos suficientes para negar su conformidad a la formación de un Gobierno en el que Podemos tuviese algún poder. De momento, este “Gobierno progresista” de Sánchez e Iglesias nos ofrece muy poca fiabilidad.

Por otro lado, durante más de dos décadas, el mundo ha sido testigo de cómo el experimento venezolano de sustituir por el chavismo a los partidos tradicionales, COPEI y Acción Democrática (AD), entre otros, ha supuesto un verdadero desastre para el tejido social de aquel país. Y, a pesar del atrevimiento de algunos analistas políticos al predecir que en Venezuela este experimento está llegando a su fin, lo cierto es que las consecuencias que ha producido su travesía, continuarán sintiéndose en el tiempo, más allá de ese final que auguran. Consecuencias, por cierto, que deberán ser analizadas por todos los países democráticos y, de manera particular por España, que es el más cerca que está de continuar la estela bolivariana. Los canarios, en particular, y los españoles, en general, tendríamos que analizar y reflexionar acerca de si ese camino que ha elegido una parte de la población venezolana es el arquetipo que queremos. Y si nos importa una higa vivir en un país como aquel, dividido e inmerso en la ruina, con una astronómica inflación y un Gobierno incapaz de respetar las libertades.

Lo que sí parece evidente es que los dos movimientos tienen la misma concepción autoritaria de la política, hacen uso del miedo y tienen un discurso del odio que suele ir acompañado de revueltas callejeras a las que Iglesias califica de “símbolos de salud democrática”, con modelos explícitos que se sustentan en el castrismo, e implícitos en el totalitarismo leninista, al tiempo que apelan al sentimiento de “privación relativa” de las clases medias. Y todo esto, aderezado con un evidente endiosamiento de sus líderes histriónicos, quienes basan sus éxitos señalando como culpable al poder establecido del que, curiosamente, ya ellos forman parte.

Pues bien, ya están en el poder los populistas que Sánchez decía que no quería para sí. Han logrado instalarse sin posibilidad de dar marcha atrás. A partir de ahora aumentan las posibilidades de que el caos venezolano aterrice en España con todas sus consecuencias. E Iglesias no cesará hasta conseguir poner en marcha sus objetivos prioritarios, o sea, terminar con la actual Constitución, con la reconciliación nacional, la transición democrática y las libertades y, de paso, “merendarse” al PSOE y a su actual líder. Sin olvidarse, claro está, del aumento de las desigualdades, el reconocimiento al derecho a la autodeterminación y la reafirmación de sus simpatías hacia el movimiento terrorista ETA, para cuyos presos han pedido libertad -“Para los demócratas es una buena noticia que Otegui salga de la cárcel” (Iglesias dixit)-. En fin, que a partir de ahora su dirigismo mesiánico comenzará a funcionar a pleno rendimiento para que nadie pueda discrepar de sus pensamientos e ideas. Esto es, tristemente, “lo que se avecina”.

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