Algunos informes que analizan los perfiles y tendencias del turismo recuerdan, entre otros datos de interés, que la actividad turística representa en la actualidad el 5% de las emisiones globales, porcentaje que obviamente manejan quienes en Reino Unido, Alemania, países nórdicos o en Península están incubando de poco a esta parte una emergente militancia verde. Las evidencias del cambio climático, cada vez más visibles, están alimentando una cultura de consumo que premia los destinos sostenibles, penalizando de paso a los que no lo son. A los descreídos, escépticos o incrédulos algo deberá sugerirles que el turismo sostenible haya crecido un 18% en 2019, y subiendo. Hay más. Quienes crean que a las agendas verdes o azules se les puede aplicar el vuelva usted mañana, deben saber, o en su caso reconocer, que el perfil del turista que exige al destino un alto compromiso medioambiental habla de consumidores que se mueven en entornos socioeconómicos con alto poder adquisitivo. No acaban aquí los síntomas de coyuntura. Son los europeos -nuestros clientes, sí- quienes en mayor medida se muestran permeables al flygskam de los suecos, o lo que es lo mismo, a la vergüenza a volar. Y, caprichos de la geografía, a Canarias se viene en avión. Así la cosa, estamos obligados a hacerles llegar señales de compromiso medioambiental, trasladándoles que si bien el avión puede resultarles antipático en estas Islas encontrarán un destino sostenible, azul, verde. Canarias no puede permitirse cruzarse de brazos. Los esfuerzos fiscales nacen antipáticos, va en su naturaleza ser mal recibidos, pero el impuesto verde que está preparando el Gobierno regional lejos de moverse en el terreno del capricho se sitúa en el ámbito de la inevitabilidad. No cabe dar un portazo a ese debate, ni a esa propuesta. No puede hacerse alegremente, debe tener carácter finalista y, además, definir adecuada e inteligentemente las actividades afectadas o excluidas. Guste o no, debemos actuar, pasar de las declaraciones a los hechos y, sobre todo, enviar a nuestros principales mercados turísticos un aluvión de señales verdes. Si no lo hacemos -si nos ponemos de perfil- la ausencia de señales acabará costándonos como destino mucho más de lo que puede contabilizar ese impuesto verde. No basta con argumentar en verde o azul, hace falta que los discursos se materialicen en el modelo que nos garantice seguir empatizando con nuestros clientes, y nos quieren verdes.