Seis meses después de un cero energético (del que nunca llegó a saberse qué o por qué pasó, o a qué empresa atribuirle la responsabilidad de lo que ocurrió), el virus está arrastrando a las Islas a lo que bien pudiera bautizarse como cero económico. Canarias está gestionando correctamente una crisis sanitaria sin precedentes contemporáneos. A diferencia de lo que está viviéndose en otras Comunidades Autónomas o países, en las Islas nunca se ha perdido el control de la situación, aplicándose con acierto -así lo confirman los resultados- el principio de que en coyunturas de este corte mejor pasarse que quedarse corto. Capacidad y fiabilidad son valores a los que ahí fuera se nos puede asociar. Somos un destino atractivo, sabemos hacerlo, conocemos bien nuestro negocio. El problema es que el catálogo de buenas noticias termina aquí, porque de poco, muy poco o absolutamente nada nos ha servido hacer bien las cosas si los turistas deciden bajar del avión, quedarse en casa. El miedo al contagio o a la posibilidad de acabar atrapado por una cuarentena anunció, hace semanas, una crisis que empeorará lo sufrido en 2007, reventón generalizado que tiene en la caída del turismo una de sus expresiones más feroces. El pánico nos tuvo hasta el lunes sobrevolando un cero económico que ahora, con la recomendación de evitar viajes innecesarios, amenaza con aterrizar sobre las empresas de las Islas. Provocado por la parálisis de la actividad turística y no turística, ese cero económico se traducirá más pronto que tarde en despidos. El monocultivo de Canarias son esos viajes innecesarios de los que habla el ministro de Sanidad. Nuestro negocio consiste en que la gente haga viajes innecesarios. Así que la recomendación de no realizarlos, en boca de los responsables de la Sanidad, nos deja tirados en una cuneta de aviones, hoteles, restaurantes, supermercados, comercios u otras ofertas complementarias con las camas, mesas, mostradores y hamacas vacías. Si finalmente resulta que sí, que era cierto que por encima de los veintiséis grados el virus pierde fuelle, en unos meses podremos resucitar; pero, retroceda o no el maldito virus, los daños de este cero económico que nos ha caído encima han llegado para quedarse.