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Empieza a ser largo el encierro

Empieza a ser largo el encierro. Parece mentira que el siglo XXI, superada incluso la era espacial, no haya sido capaz de encontrar remedio a un virus leve que mata. La soledad trae consigo una reflexión irreflexiva, que podría ser un oxímoron. Esta laxitud me está impidiendo leer, aunque me permita la crónica; y me causa miedo. Tengo las manos desolladas de tanto lavarlas y sólo he salido dos veces a un cajero situado a cinco metros de la puerta de mi casa, con guantes de cirujano y de madrugada, para no encontrarme con nadie. Estoy aquí con ustedes, a las siete y media de la mañana, tras una noche en blanco, más que por el miedo al puto virus por un mosquito cojonero que intentaba cebarse conmigo. Se marchó en picado. Yo soy de obsesiones desde hace tiempo, desde que empecé a hacerme viejo; aunque quizá sea un viejo dentro de un cuerpo que se cree joven. Bastante tienen ustedes con la pandemia para que yo les venga con discursos. Ni loco. Pero les contaré mi divertida vida. Por la mañana, un Redoxon. A mediodía y por la noche, las dosis habituales de medicamentos contra todo. Entre horas, televisión, mucha televisión. Los canales que emiten películas y series ofrecen muertos vivientes, búfalos desollados, crímenes siempre resueltos, sheriffs disparatados, autopsias realistas y desolación general. Busco comedias y las he visto todas, cuando no te meten una francesa con indigentes pintorescos como protagonistas. Desde luego, sí que empieza a ser largo el encierro. Estoy abonado a todo, pero no encuentro nada. Ya se me olvidó el fútbol y la ruina de mucha gente aparece en lontananza. Lo intento con una novela, pero tampoco: no encuentro sino un argumento que no me interesa. ¿Y los telediarios?: a lo suyo, a defender a Sánchez, que para eso paga.

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