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Estado de confusión

No hay nada peor, en las epidemias y pandemias, que escuchar a un médico asustado. Generalmente, los sanitarios muestran mucha serenidad ante las desgracias epidemiológicas y cuando ellos se asustan nosotros nos aterramos. Bien es verdad que los datos son los que son y que transitamos por un camino tremendamente peligroso, pero este periódico y otros dieron ayer la buena noticia de que los laboratorios militares chinos empiezan a ensayar en humanos una vacuna contra el Covid-19 que tiene muchas posibilidades de detener la enfermedad. Es la primera esperanza seria en varios meses. Mas lo que realmente nos perturba es el estado de confusión. Ante la muerte potencial es muy difícil mantener las formas y este virus se lleva por delante lo mismo a una sanitaria tinerfeña de 37 años que a una anciana en Gran Canaria de 83; es decir, que empieza a no distinguir. Yo creo que la Humanidad jamás ha conocido tal estado de pánico colectivo. He consultado a amigas farmacéuticas y me han dicho que no han advertido ese pánico, aunque sí un brutal acopio de medicamentos: no hay alcohol, no queda Redoxon, empieza a escasear el paracetamol, se vende un montón de Termalgín, han desaparecido de las estanterías los desinfectantes de manos. Incluso el papel higiénico se ha agotado en los supermercados, al más puro estilo venezolano y sin que nadie se explique el porqué. La reiteración de los medios en informar del asunto -comprensible, porque es la actualidad la que manda- ha creado, acaso sin querer, un estado de confusión notorio y una sicosis colectiva que durará aún mucho tiempo. A partir de ahora, todos seremos sospechosos para los demás, hasta que la cosa no remita. Recomendar calma sería una estupidez. Pero a mí lo que realmente me asusta es el susto –la repetición es intencionada- del médico. Ahí me desconcierto. Sigo en casa.

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