tribuna

Después de la tormenta

Dice Jean-Claude Juncker que los “coronabonos” terminarán abriéndose paso, pero necesitan tiempo. Yo creo lo mismo, pero no para los mecanismos de reconstrucción económica, sino para todas las actuaciones que hay que llevar a cabo a fin de conseguir la supervivencia de los sistemas vitales. Es una respuesta que está implícita en nuestra naturaleza y que ha sido probada sobradamente a lo largo de la Historia. El entramado social en el que estamos incluidos es también producto de la evolución, y una garantía más para que la especie defienda su permanencia. Se puede hablar de ineptitudes locales, de déficit de liderazgos y de otras cuestiones catastrofistas, pero la realidad es que el cardumen cohesionado formado por la Humanidad es muy resistente. Se organiza de forma ordenada para defenderse de las amenazas a las que está expuesto desde el primer día en que la inteligencia se apoderó de nuestra composición biológica, y pasó a ser el elemento más determinante de su carácter autónomo y a la vez grupal. El más determinante y también el más peligroso. La historia de nuestros orígenes es el relato de la dispersión, y, a la vez, de la tendencia hacia la unificación. La civilización no es otra cosa que el descubrimiento de la importancia que tiene el grupo para la defensa del individuo. Parece una contradicción, pero es así. Herbert Marcuse dice que es el sacrificio de la libido. Desde los primeros intentos de ciudades primitivas, como Uruk-Ayak o Ur de Caldea, los Estados ciudades de la Grecia clásica, hasta el diseño de los modernos Estados unitarios surgidos en el Renacimiento, hay un aspecto común de reunión de intereses que tiene como objetivo la resistencia del grupo social ante condiciones de extremada dificultad. En paralelo, han existido las corrientes que alimentan la destrucción de estos modelos, que llevan al mundo a paralizaciones alternantes, como si estuvieran aguardando a la incorporación masiva de las masas a los beneficios del progreso. No todo avanza al mismo ritmo, y hay que someter a las innovaciones a prudentes periodos de prueba. Por eso dice Juncker que lo de los “coronabonos” terminará siendo una realidad. Cuando llegue el momento.

Un denominador común ante una amenaza que se presenta por sorpresa es la aparición de profetas oportunistas que pretenden aprovechar el tsunami para cambiarlo todo. Casi nunca ocurre así, a pesar de que los exegetas de la catástrofe se apresuren a afirmar lo contrario. Entonces todo se adjetiva y se convierte en oportunidad ideológica para aprovechar la ola de los cambios. Por eso hay alguien que asegura que las medidas que han de tomarse para paliar los efectos de la crisis deberán ser antifascistas. Esta tontería no tendría mayor importancia si no fuera porque quien la dice es una ministra del Gobierno. No es verdad que se alumbre una nueva era, ni que se abra una nueva ocasión para la dictadura del proletariado, ni que el planeta esté protestando por los abusos que le estamos infringiendo, ni que las vírgenes lloren subidas a los árboles o agazapadas en fuentes milagrosas. Nada de esto es así. La Humanidad es algo más que los subproductos que va dejando a su paso la escoria que desprende. Lo malo es que ese desperdicio, esa niebla falsa, es lo que más se ve, como ocurre con el polvo estelar que muestran tras de sí los cometas. A veces no distinguimos entre el barco y la estela que dibuja sobre el agua. En ese rebufo marcha siempre una comparsa desordenada provocando el ruido del tumulto. Tiene la virtud de confundirnos y de distraernos para no prestar atención a donde se encuentran nuestros verdaderos objetivos.

TE PUEDE INTERESAR