Al virus le da igual que Sánchez prorrogue otras mil veces la cuarentena. El virus no se ofende (o desmoraliza) con nuestro encierro, no vamos a aburrirlo quedándonos en casa. Ayer nos cruzamos un par de mensajes. Estoy esperándolos en cafeterías, oficinas, gimnasios o restaurantes, no tengo prisa porque no tengo otra cosa que hacer -me dijo-. Tarde o temprano tendrán que bajar a la calle o volver al trabajo, tanto me da que lo hagan en mayo, julio u octubre -me espetó, con esa arrogancia tan suya-. Dejo el móvil. Me lo dejó claro. Confirmó mis sospechas. Debemos aprender a convivir con él, hacerlo bien para contenerlo en el día a día de la nueva normalidad; el riesgo cero -contagio cero- es un escenario infantil por irreal. Confinarnos es fácil, lo difícil es liderar el regreso -Moncloa no sabe o no se atreve; la posguerra no se deja gestionar por improvisadores o malabaristas-. Cuanto antes convivamos inteligentemente con el virus antes lograremos ponerle diques de contención. Suena el móvil. Me ha entrado otro mensaje. Es el virus, otra vez. La final de este campeonato la jugaremos en la calle, no en casa (me escribe); cuánta soberbia. Ahí habrá que jugarla, y pronto. Bruselas rechaza los estados de alarma sucesivos, y exige que se garantice el respeto al Estado de Derecho -no sé qué dirán sobre esa advertencia en el CIS o en el sugerido Ministerio de la Verdad-. Angela Merkel descarta iniciar el desconfinamiento -ya está en ello- y reactivar la economía con medidas que discriminen a los ancianos (amén). El Gobierno (español) ha aparcado la ley de transparencia, ocultando a quién compra el material sanitario -se acumulan síntomas de deterioro democrático, confirmando que algunos no están incómodos en un marco de restricciones-. Estiro las piernas. Vuelvo al diario. En meses o años (pocos) conoceremos los casos de corrupción de estas semanas. Jengibre -o no, mejor un café-. Un aprobado general es una salida tremendamente injusta, penaliza a quienes se han esforzado. No sigo por ahí, cambio de tercio. Recuerda José Antonio Marina que los Estados aprenden poco, no así las personas -más permeables a las experiencias-. Marina suele leer bien la realidad, y explicarla. Otro fin de semana sin fin de semana, toca discurso del comandante en jefe; qué ministros, vaya tropa.