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El virus incoherente

La incoherencia abunda –es la señal distintiva- en la izquierda y el populismo. En la Segunda República, Alejandro Lerroux viajaba en tren en primera clase, pero en la estación anterior a su destino, en donde le esperaban sus partidarios, se cambiaba a un vagón de tercera, y así era recibido por las incautas multitudes radicales. La incoherencia es una pulsión que lleva a desear lo mismo que se finge odiar y combatir; es un quítate tú para ponerme yo, que voy a disfrutar de lo que tú disfrutabas en nombre de los desfavorecidos, en nombre de la clase que no puede aspirar a vivir así. Al menos, yo que los represento sí podré disfrutar de tus privilegios porque, en el fondo, mi ideología es solo otro camino más para alcanzar esos privilegios.

En medio de la hambruna de los campesinos rusos, el caviar no faltaba en las mesas de Stalin y los dirigentes del Partido Comunista. Y esa nomenklatura persistió hasta el final de la Unión Soviética y fue una de las causas de su implosión. Hoy en día lo comprobamos en Cuba, en Venezuela, en Nicaragua o en Corea del Norte: pueblos miserables y faltos de todo, y dirigentes a los que no les falta de nada. Y, al final, se termina viviendo en un chalet con piscina, en una urbanización exclusiva, mientras se sigue radicalizando el discurso cada vez más y ofendiendo a empresarios que han conseguido lo que tienen con su trabajo, sin recurrir a la política y al poder. Y, al final, se consigue una hipoteca vedada a los clientes del montón en la misma entidad bancaria en donde está depositado el dinero del partido. Y el periodismo de izquierdas calla, justifica y aplaude.

La sanidad pública universal es una de las banderas de los socialistas y los comunistas españoles; una sanidad que atiende al inmigrante ilegal que acaba de entrar en España violentamente e hiriendo a un guardia civil, unos delitos por los que no será perseguido. Y una sanidad que dicen es la mejor del mundo, a pesar de la gente que se muere estando en lista de espera. En esa línea, se ofende a los empresarios que donan equipos y materiales sanitarios, y se predica que la sanidad pública se basta y se sobra, a pesar de la evidencia de hospitales públicos desbordados, esperas de horas y horas en urgencias y camas y más camas en los pasillos.

Pues bien, la vicepresidenta primera del Gobierno –socialista- se sintió indispuesta hace días, pero no acudió a un hospital público de la sanidad pública que tanto ha alabado en el pasado. Ingresó en una cínica privada madrileña haciendo uso del seguro privado de salud que tiene como miembro de la mutualidad de funcionarios del Estado. Los miembros de esa mutualidad pueden elegir entre varios seguros privados y la Seguridad Social: y el ochenta por ciento de ellos ha hecho como la vicepresidenta; ha elegido un seguro privado y ha repudiado la Seguridad Social. Igual que cinco millones de españoles, que tiene un seguro médico privado.

Como es obvio, nos alegramos del pronto restablecimiento de la salud de la vicepresidenta. Sin embargo, no estamos seguros de alegrarnos igual del restablecimiento de su ideología. Quizás podría aprovechar para hacerla más coherente.

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