en la frontera

Ética y estado social y democrático de derecho

La crisis del coronavirus va a cambiar muchas cosas. Estos días se está certificando a marchas forzadas que las prioridades a partir de ahora debieran ser otras muy distintas a las actuales. Por ejemplo, la deslocalización de empresas en gigantes asiáticos en los que se explota inmisericordemente a millones de seres humanos debe acabar, la exigencia del desmantelamiento de las armas biológicas de destrucción masiva debe iniciarse, así como una refundación del sistema de mercado, que recupere su sentido primigenio, y, por supuesto, una reconstrucción del maltrecho Estado social y democrático de Derecho, en muchas latitudes en manos de arribistas, agitadores y propagandistas que se han aprovechado de las posibilidades de la manipulación y control social para someter a masas enteras a las que se ofrece una educación plana y acrítica.

Sin embargo, a pesar de los pesares, estos días florecen como agua de mayo los valores humanos, los valores inscritos en la misma condición humana y en sus derechos inviolables que hoy emergen de manos de miles y miles de ciudadanos de bien que aspiran a vivir dignamente con sus seres queridos . Por eso, la construcción de una civilización o de una nueva cultura no podrá hacerse sin volver sobre ellos. Sin embargo, no se trata de hacer una repetición mimética, sin más, no se trata de fotocopiar o de clonar. De lo que se trata es, en relación con los valores humanos, con los valores del Estado social y democrático de Derecho, de repensarlos, remozarlos, renovarlos, y dotarlos de una nueva virtualidad que permita de verdad la realización del Estado social y democrático de Derecho. Para ello, es imprescindible poner las técnicas y los procedimientos al servicio de la dignidad humana y sus derechos fundamentales, no al revés, como se viene practicando desde hace tiempo.

Así, al reto productivo, al reto técnico y al reto tecnológico debemos añadir el auténtico reto de fondo, elético, ínsito en el Derecho concebido como ciencia social consistente en la realización de la justicia. Se trata de un reto o desafío que interpela a todas las ciencias sociales y que intenta contestar a la gran pregunta acerca del hombre, y de la mujer, y de su carácter medular en la realidad jurídica, económica y social.

Las ciencias sociales o proporcionan una mayor calidad de vida a las personas, o no son dignas de tal nombre, al menos en un Estado que se califica como social y democrático de Derecho. Eso quiere decir, ni más ni menos, que a través de este modelo de Estado, las ciencias sociales se pongan las pilas para diseñar técnicas y procesos orientados y dirigidos a la protección, defensa y promoción de los derechos fundamentales de la persona, removiendo los obstáculos que impidan su realización efectiva.
En otras palabras, o se consigue una mayor calidad de vida, unas mejores condiciones de vida para los habitantes del planeta, especialmente para los más necesitados, o las ciencias sociales se habrán convertido en fines no en medios al servicio de la mejora de la vida de los ciudadanos. La crisis del coronavirus nos interpela gravemente en este sentido. Ojalá seamos conscientes de ello con todas sus consecuencias.

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