tribuna

La epidemia económica, por Tomás Cano

Estamos saturados de leer, de ver y de escuchar noticias sobre el coronavirus. Noticias que nos facilitan todos sobre esta epidemia: amigos, medios de comunicación, redes sociales. Pero tras la epidemia sanitaria, que parece que empieza a ceder –al menos en algunos países-, viene otra que quizá sea peor porque afectará a la vida de millones de personas: la epidemia económica. La principal industria afectada es la del turismo, con unas pérdidas impresionantes que tardarán años en ser reparadas. Las medidas adoptadas por los estados y que afectan a esta industria son extremadamente duras, hasta el punto de que la anulan por completo con el cierre de los establecimientos hoteleros. La pérdida de puestos de trabajo es salvaje, mientras las redes se jactan de hablar desde una epidemia provocada a valerse de las habituales fake news, que se han convertido en el pan nuestro década día. En nuestro país los políticos no han estado a la altura a la hora de combatir la pandemia, tanto desde el punto de vista sanitario (improvisación y falta de medios) como del económico: medidas que jamás paga el Estado, sino los empresarios, sobre los que se descarga siempre la falta de previsión oficial y la incompetencia de los que elegimos para gobernarnos. Voltaire dijo que “la política es el camino para que los hombre sin principios puedan dirigir a los hombres sin memoria”. Yo estoy convencido de que en los próximos años el transporte aéreo de larga distancia será el más afectado por el rebufo de esta crisis. Los vuelos nacionales y regionales no sufrirán demasiado, una vez que se normalice la situación. Y los estados comenzarán entonces a ayudar a sus compañías de bandera, frente al sudor y a las lágrimas de los empresarios privados que soportan sobre sus espaldas las líneas nacionales o las que recibían aquel nombre terrible: tercer nivel. Se acaba de abrir una brecha importante entre los países del norte y el sur de Europa; el sufrido sur, frontera con el tercer mundo, que lo soporta todo mientras los otros viven el auténtico estado del bienestar. Muy pocos querrán venir al sur. Muy pocos querrán ir a China. Latinoamérica, con el cambio de estación y la llegada de los fríos, sufrirá consecuencias devastadoras con la enfermedad. Y los cambios de vida de los ciudadanos, como ocurrirá en Europa y en los otros países del primer mundo, cambiarán por completo. ¿Quiénes y cómo viajaremos? Asia, tres cuartos de lo mismo. ¿Qué será de esa organización perfecta que es Singapur?; ¿qué será de Oriente Medio, de la riqueza de los países del Golfo y de sus impresionantes compañías aéreas? Se va a imponer un nuevo estilo de vida que nadie sabe qué derroteros va a tomar. No soy un pesimista que digamos. Pero me hace falta tiempo para averiguar lo que va a ocurrir. Y muchísima reflexión. Vamos a sufrir mucho y, una vez más, este sector del turismo tendrá que reconstruir su economía. Reinventarse. Muchos empresarios se encuentran en una UVI económica. Los médicos dicen que esto no se ha visto nunca, ni se esperaba ver en el siglo XXI, que no es el siglo de las luces precisamente, sino el de la era espacial, la tecnología y el arte de lo imposible. Debemos procurar fidelidad a los nuevos principios de la economía, desconocidos, pero también debemos ser más previsores para darnos cuenta de que todo indica que las cosas no se van a quedar aquí. Este es sólo el principio, tanto en lo sanitario como en lo económico. Nunca ambos conceptos habían estado tan unidos en la adversidad.

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