tribuna

No dejar a nadie atrás

Se ha repetido hasta la saciedad: el shock producido por la covid-19 está siendo terrible, tanto que no alcanzamos aún a evaluarlo en todas sus dimensiones

Se ha repetido hasta la saciedad: el shock producido por la covid-19 está siendo terrible, tanto que no alcanzamos aún a evaluarlo en todas sus dimensiones. El dolor producido por la pérdida de vidas humanas es enorme. Impresionante el trabajo de nuestros sanitarios, fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, limpiadores, empleados de alimentación y un largo etcétera. Ímprobo es el sacrificio de nuestra sociedad, confinada para proteger a los más vulnerables. Sus efectos sobre el empleo y la actividad empresarial, inimaginables. Y los esfuerzos presupuestarios a los que esta enfermedad está sometiendo a los Estados y administraciones en general eran inconcebibles hace solo unas semanas. Se acaban los calificativos.

Quizás como consecuencia de nuestra mayor capacidad para medir la verdadera dimensión de la catástrofe y de la transparencia de nuestras democracias liberales a la hora de comunicarla, los golpes más duros en esta etapa de la pandemia parecen estar llevándoselos los países más desarrollados. Estados parte del G20, como España, e incluso del G7, como Estados Unidos, Reino Unido, Francia o Italia. Nuestras instituciones son fuertes, nuestros sistemas sanitarios robustos y nuestros Estados del bienestar nos protegen, no sin enorme estrés, de las consecuencias más negativas de esta plaga. Nuestras economías, maltrechas, nos permiten prolongar el confinamientos durante varias semanas. Aún así todos sabemos el sufrimiento que estamos viviendo, muchas veces en primera persona, por covid 19.

Quizás esta experiencia en primera persona nos puede ayudar a empatizar con lo que puede llegar a suponer esta pandemia para países con un menor grado de desarrollo. Si en los países de nuestro entorno contamos con 3 o 4 médicos por cada 1.000 habitantes, podemos imaginar la dimensión que puede alcanzar esta pandemia en países como Tanzania, con 0,02 médicos por cada 1,000 tanzanos o en Nicaragua, con 0,91 según datos del Banco Mundial. Si en países como España, Suecia o Reino Unido contamos con 3 camas de hospital por cada 1,000 habitantes, imaginemos cómo puede afectar la covid-19 en Sierra Leona o Malí, con 0,4 y 0,1 por cada 1,000 habitantes respectivamente con sistemas sanitarios deben lidiar además con otras enfermedades infecciosas como la malaria o el VIH. Pongámonos en el lugar de un ecuatoguineano, confinado en una infravivienda, como el 66% de los habitantes del país, siempre y cuando su precaria economía de subsistencia se lo permita. Imaginemos las medidas de higiene que pueden aplicarse en países como Bolivia, donde solo el 25% de la población tiene acceso a agua y jabón para el lavado de manos en casa, en Chad donde solo 6 de cada 100 pueden hacerlo según Unicef, o en un campo de refugiados.

No dejar a nadie atrás. Ese es el compromiso y también tenemos que contemplar en la escena internacional. Como afirmaba el presidente Sánchez junto con otros 17 líderes europeos y africanos en una tribuna en el Financial Times, ‘solo una victoria en África podrá terminar con la pandemia’, porque mientras siga afectando a este continente, o a cualquier otro, el peligro de contagio seguirá estando presente. De esto saldremos unidos, y debemos poner a disposición de los países en desarrollo todos los mecanismos al alcance de las instituciones financieras internacionales para apoyarlos.

La iniciativa europea para convocar una conferencia de donantes en mayo o el reciente anuncio del FMI de reducción de deuda para 25 países -19 de ellos africanos- van en la buena dirección. Pero hay que ir más allá, estableciendo una moratoria en el pago de la deuda bilateral, como acaba de anunciar el Gobierno de España junto al resto de miembros del G20, e impulsando la iniciativa de la Covid-19 Global Humanitarian Response Plan del secretario general de Naciones Unidas, involucrando a las agencias y organismos especializados.

España, al igual que otros socios de la UE, ha sido golpeada por la impredecible virulencia de la covid-19 antes que otros países. Estamos pagando un alto precio pero, durante estas semanas de intensa lucha, hemos aprendido y acumulado experiencia científica, estadística, de gestión, logística y en materia de recursos humanos y tratamientos. Cuando estemos preparados, debemos trasladar esta experiencia a otros países para ayudar a sus gobiernos y a sus sistemas sanitarios a reaccionar mejor ante este reto, transfiriéndoles las buenas prácticas que hemos desarrollado y estableciendo, en palabras de la ministra de Asuntos Exteriores Arancha González Laya, una auténtica diplomacia sanitaria. Para ello, va a ser vital el papel que pueda desempeñar la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), que ya está preparando un Plan de Cooperación Internacional en Respuesta a la Covid-19, como anunció la ministra, en el que la colaboración con nuestros países hermanos latinoamericanos y con el continente africano debe ser una prioridad. Y, por supuesto, la coordinación con el sistema de Naciones Unidas y con nuestros socios de la Unión Europea, con quienes se ha lanzado la iniciativa ‘Equipo Europa’, como la ha bautizado el Alto Representante Josep Borrell, dotada con 20,000 millones de euros para la lucha contra la enfermedad en los Balcanes Orientales, la vecindad europea y en los países de África, Latinoamérica, el Caribe y el Pacífico.

Todas estas iniciativas son, sin embargo, a corto y medio plazo, para apaciguar los terribles efectos inmediatos de la pandemia. Necesitamos pensar a más largo plazo y aprender de nuestros errores. Si no hemos logrado una respuesta más coordinada no ha sido por un exceso de multilateralismo, como algunas reacciones de repliegue nacionalista parecen insinuar, sino por escasez de este. En este sentido, el anuncio del presidente Trump de congelar las aportaciones de la OMS va en el sentido opuesto a lo que es necesario -al igual que su retirada del Acuerdo de París o de la UNRWA-.

No necesitamos menos OMS, sino más. Más estructuras multilaterales que nos permitan estandarizar las medidas de protección, contención o conteo estadístico y cuya capacidad de recogida de datos no dependa de la voluntad de uno u otro Estado a colaborar con la organización. Necesitamos estructuras de gobernanza globales para luchar contra retos globales; el Estado-nación no es suficiente.

Por supuesto, debemos dar ejemplo y empezar a construir esta arquitectura multilateral poscoronavirus en y desde la Unión Europea, dotándonos de herramientas para poder luchar contra crisis sanitarias y fortalecer los sistemas de salud en nuestros países, posiblemente a través de una reforma en los tratados. Los eurobonos y su consiguiente unión fiscal son requisitos necesarios si queremos profundizar en la integración europea y contrarrestar los efectos socioeconómicos negativos de este choque externo que supone la covid-19. En ese sentido, y aunque aún no hayamos logrado estos objetivos, es de resaltar el avance que suponen los acuerdo del Eurogrupo y el decisivo papel que el Gobierno de España, junto al de Italia, Francia o Portugal, está desempeñando en su negociación.

“No dejar a nadie atrás”. Este debe ser un lema que no se limite a nuestras fronteras nacionales, sino que atienda a las necesidades del resto de continentes. Tampoco podemos permitir que sea un lema acotado a nuestra generación: no podemos incurrir en los errores que cometimos en la crisis de 2008, hipotecando el futuro de las generaciones venideras, y tampoco podemos permitir que la necesaria lucha contra la inmediatez del coronavirus nos distraiga de otros retos globales que siguen suponiendo un peligro real para nuestra estirpe y para el planeta, como la crisis climática y de biodiversidad o la creciente desigualdad.

*Secretario de RRII del PSOE y diputado (portavoz Exteriores en Congreso)

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