Este encierro ha conseguido volverme majareta. En el momento en que escribo tengo tal jaqueca que he engullido un paracetamol de 1.000 y ardo en deseos de acostarme. Es la una de la madrugada. Sánchez amenaza con salir otra vez en sus teles este fin de semana; y el Coletas anda erre que erre con su subsidio: a subsidio por voto. La rubita hija de Calviño se estruja los sesos intentando convencer a Macron y a Von der Leyen y a Merkel de que saldremos de esta y el bueno de Escrivá ha puesto los huevos sobre la mesa, pero por poco tiempo. Ábalos sonríe: se ha librado de Delcy la fea, ya nadie se acuerda de las maletas de Barajas. El rey emérito ha huido con Sofía a Sanjenjo (antes se escribía así); y la nieta del taxista, una chica llamada Letizia, saca a sus hijas del armario y las pone a leer el Quijote. Ya no sé si esto es monarquía o república, pero tenemos un nuevo rey pasmado. La ministra de Trabajo ha ido a hacer un curso de logopedia a Galapagar, guardando las distancias con Montero, presa aún del coronavirus. Y Rita Maestre, la chica guapa y alta que enseñaba las tetas en las capillas, se ha echado en los brazos de Almeida, alcalde de Madrid. Más alcalde que Carlos III. El mundo sigue en sus casas mientras Alemania considera vencida la pandemia y aquí seguimos con más de 500 muertos diarios. Torra y Rufián, un pata negra y un charnego, convencen a Sánchez, que es bobo, para que en plena pandemia se siga hablando de la indepe de Cataluña. Hay que ver qué escabechina. Y yo con estos pelos, confinado y trastornado en casa, subiéndome por las paredes. Esta es la España que nos dejaste, Rajoy, corredor de fondo clandestino por los prados de Madrid. ¡Que viva España!