Un rasgo fundamental en la configuración ética de las nuevas políticas democráticas es su carácter crítico, no dogmático. Esto quiere decir que desde la acción política democrática no se propone la interpretación total y última de la realidad. Lejos de las ideologías cerradas, que propugnan una interpretación global y completa de todo lo real y particularmente del hombre, uno de los asientos de las nuevas políticas está en el reconocimiento de la complejidad de lo real, y la fragmentariedad y limitación del conocimiento humano, tanto en lo que se refiere a la realidad como a los valores y la vida moral. No tenemos un conocimiento completo y exhaustivo de lo que las cosas son y de cómo se comportan; por mucho que haya progresado nuestro conocimiento de la condición humana.
Estos días de emergencia por el coronavirus comprobamos que la enfermedad, y la salud, no tienen ideología. En cambio, la ideología, sobre todo la cerrada, sí afecta, y seriamente, a la salud e integridad de las personas.
La acción política en la democracia, por lo tanto, no puede fundarse, como algunos pretenden que se haga, en la propuesta de soluciones definitivas, perfectamente perfiladas en los gabinetes de los ideólogos que pretenden tener la clave para la interpretación de todo acontecimiento humano. La acción política democrática se ve orientada por grandes principios generales que en absoluto resuelven, que no dan la fórmula para la solución de problema concreto alguno. Los grandes principios generales orientan en la búsqueda de soluciones, pueden ser elementos de contraste para un juicio sobre la validez de las soluciones propuestas, pero por sí mismos no resuelven nada, porque las soluciones a los problemas concretos van a depender del juicio prudencial de quienes han de decidir. Y estos días, sobre todo al principio de la emergencia entre nosotros, si se tuviera en cuenta lo que estaba pasando en el mundo, las mejoras técnicas existentes contrastadas, y los efectos de los eventos de riesgo, seguramente se hubiera actuado pensando en integridad de las personas y no en la ideología.
La validez de la solución aportada vendrá contrastada por la experiencia. No basta comprobar que las soluciones aplicadas están en consonancia teórica con los grandes principios del pensamiento democrático. Es necesaria la prueba última de la contrastación empírica, la comprobación de que lo resuelto, lo ejecutado, produce los efectos deseados, o al menos efectos aceptables en la mejora de la situación que se deseaba resolver. Podríamos señalar en este sentido que la apertura a la realidad, la aproximación abierta y franca a las condiciones objetivas de cada situación, y la apertura a la experiencia son componentes esenciales, actitudes básicas del talante ético desde el que deben construirse las nuevas políticas en la democracia.
Pensar en la complejidad de la realidad y acercarse a ella desde el supuesto de la propia limitación, al tiempo que acaba con todo dogmatismo, rompe también cualquier tipo de prepotencia, en el análisis o en el dictamen de soluciones, a la que el político pueda verse tentado. El político en democracia ha de tener claro que no es infalible, que sus opiniones, sus valoraciones están siempre mediatizadas por la información de que parte, que es siempre limitada, necesariamente incompleta. Ahora bien, cuando hay riesgos para las personas, debe anteponer del derecho a la vida y la salud de los ciudadanos a sus preferencias ideológicas. En unos meses se comprobará y quien tenga que responder, jurídica y políticamente, deberá hacerlo.