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Saldremos adelante, por Héctor Izquierdo Triana

La primera revolución industrial causó un alto desempleo que, junto a otros factores, desembocó en las Revoluciones Burguesas de 1830

La primera revolución industrial causó un alto desempleo que, junto a otros factores, desembocó en las Revoluciones Burguesas de 1830. Un detonante fue el entierro del General Lamarque, en el que los soldados y el pueblo se unieron para luchar conjuntamente. Víctor Hugo lo recogió en Los Miserables, obra que, adaptada al musical, incluye una famosa canción: la canción de los hombres enfadados, cuyo corazón late al ritmo de los redobles del tambor. El tambor es un elemento que alinea, marca el ritmo de esos hombres malhumorados. Y el que toca el tambor el que tiene el poder para direccionarlos. Pasa en momentos de fuertes crisis económicas, pasó en Europa en los años 30.

Nuestra historia tiene, como la mayoría de las obras escénicas, tres actos: El primero de ellos es la Crisis Sanitaria. Esta, de alcance mundial fue enfocada con tres estrategias diferentes: A) Primar la economía y no parar su actividad pese al consecuente coste humano en contagios; B) Establecer distintos niveles graduales de aislamiento por sectores, en función del éxito de las medidas de restricción y C) Cerrar todas las actividades aplicando un férreo toque de queda. Todas las opciones tienen su efecto letal, unas de manera directa y otras, indirecta, ya que una recesión económica, entre otros aspectos, también implica un coste en vidas humanas. Todas reciben presiones, de los distintos grupos de interés afectados, para que la balanza se desnivele a un lado u otro. Y todas miran al tiempo necesario para adaptarse a la curva epidémica, a mejorar los procesos y tratamientos médicos y a esperar una vacuna mientras se trata de minimizar el efecto económico.

Y eso nos lleva al segundo acto, el nudo, la Crisis Económica. Los estudios de Goldman Sachs, IESE y FMI coinciden en que las consecuencias dependerán del tiempo que se tarde en solventar la Crisis Sanitaria, y establecen 4 escenarios. A) Una crisis en forma de “V”, que durase hasta final de abril, y que supondría una reducción del PIB español del 3,9%. B) Otra, en forma de “U”, hasta mediados de junio, con un descenso del 5,8%. C) Una tercera, en forma de “L”, que terminase al finalizar julio, con un 10% y, finalmente, D) en forma de “I”, al acabar el verano, que se convertiría en la mayor crisis financiera de los dos últimos siglos. Lo positivo, si cabe, es que la recuperación sería rápida, pero no llegando a los niveles previos y siempre de un modo heterogéneo, es decir, mejor para los países industriales que para los que dependen del turismo. Esto nos llevaría ante una crisis de demanda (que genera desempleo) y una crisis de oferta (que genera inflación), es decir la suma de desempleo e inflación: estanflación, una especie de cisne negro que en ocasiones se ha dado: con la crisis del petróleo en los años 70 o en la Europa de los 30.

Las medidas para combatir estos escenarios presentan dos vías: A) La política monetaria (bajar tipos de interés, devaluar la moneda) y B) La política fiscal (aumentar el gasto público a través de mayor deuda pública o con subida de los impuestos). En la situación actual, la opción más idónea de implantar sería aumentar el gasto público, pero para ello se requiere el soporte de la Unión Europea, o lo que es lo mismo: un nuevo Plan Marshall como el que se llevó a cabo tras la 2ª Guerra Mundial para reconstruir Europa, donde se puedan emitir coronabonos, con el aval no individual de un país sino de mutualizar la deuda repartiendo los riesgos entre los socios comunitarios. Un fondo europeo de desempleo, en el que el Banco Europeo de Inversiones aporte fondos que ayuden a las familias sin recursos, incluyendo los que dependen de la economía sumergida para evitar lo que está ocurriendo estos días en el sur de Italia. Finalmente, la suspensión temporal de las normas para controlar la deuda, el déficit público o las ayudas de Estado. O, en otras palabras, una Unión Europea con un posicionamiento fuerte, que evite algunos errores producidos tras la Crisis Financiera de 2008, que supusieron un incremento de la desafección del proyecto europeo.

El desenlace del tercer Acto es la Crisis Social, si el trabajador se encuentra ya con dos millones de ERTES, el empresario con un descenso del 10% del PIB, el inversor con la mayor caída en un día de la historia de la bolsa y la ayuda de la Unión Europea no llega, la desconfianza en la misma crecerá, como puede también decrecer la confianza en las instituciones, en los medios de comunicación y en la economía. Y entonces, como pasó en la Europa de los años 30, alguien puede tomar el tambor para hacerlo sonar alineando a los hombres enfadados hacia opciones más radicales, con el riesgo de perder todavía más de lo que ya las dos Crisis anteriores por sí se están llevando. Y que nos lleve a un entorno de euroescepticismo, de cerrar fronteras, de auge del proteccionismo a un entorno geopolítico cada vez más complejo.

Saldremos adelante. A lo largo de los siglos hemos sufrido peores crisis, salvaremos a nuestros padres como ellos ya lo han hecho durante su vida con nosotros, pero esta vez con el dinero de nuestros hijos y nietos por lo que habrá que administrar desde la absoluta excelencia el dinero movilizado, porque lo haremos con nuestra deuda futura con lo que no habrá entonces margen de error. Y como dice el poema de W.E. Henley, ante las amenazas, los horrores, los castigos y las crueles garras de las circunstancias: venceremos porque somos el amo de nuestro destino, somos el capitán de nuestra alma.

(*) Héctor Izquierdo Triana es economista palmero, director de Auditoría de Renfe. Tercero en la lista del PSOE al Congreso de los Diputados por la provincia de Santa Cruz de Tenerife en las dos últimas elecciones.

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