tribuna

¿Sirve para algo la cultura? por Elsa López

La Consejería de Educación, Universidades, Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias ha gastado 1.620.00 euros en compras para familias que tienen hijos en cuota cero de comedor escolar. Por otra parte, se están enviando encuestas a los centros educativos para saber qué alumnos están desconectados por no poder pagarse un dispositivo o una línea de internet. 8.000 alumnos entre todas las islas. Entre el Ministerio, la Consejería de Educación y los cabildos se compran y se reparten. Pienso que es una buena iniciativa. Al Cesar lo que es del Cesar. No se descuidan las necesidades de alimentar y de educar como dos cuestiones que deben primar sobre otras muchas en estos momentos. No son pues tiempos de reclamar ese dinero para organizar festivales de música o conciertos a gran escala con cachés a artistas que sobrepasan nuestra mísera imaginación. Los niños comen. Los niños se educan. Los amantes de la cultura deben estar satisfechos y arrimar el hombro para que no decaigan esas buenas intenciones. No es momento de hacer críticas sangrientas ante una decisión que hace primar lo humano por encima del arte. No se trata de arrinconar la cultura o dejarla en un plano inferior. Es, simplemente, una medida urgente para remediar el hambre. ¿Les suena? Lo siento. Los niños deben ser alimentados y luego, una vez llenos sus estómagos, educarlos y, si sobra, ya tendremos tiempo de sentarlos a pintar o tocar el piano.
Los pueblos primitivos salían a cazar para alimentar a los de su grupo. Luego, después de la caza, vendría el baile, las canciones, las gracias a los dioses benefactores, las narraciones y las leyendas. Así, en ese orden. No hay otra. Primero se alimenta a la tribu y luego se le explican los misterios del universo. Las dos cosas son importantes y podemos predicarlas juntas porque las dos son valiosas. Una no tiene por qué eliminar a la otra. Únicamente saber cuál debe priorizar. Nada más. Los pueblos, por muy primitivos que sean, cumplen esa doble función de alimentar a sus crías con los frutos de la tierra y los cuentos, las canciones, la música y los rituales que se han ido transmitiendo de generación en generación y forman parte de su riqueza. Esa educación la heredarán sus hijos y los hijos de sus hijos. Las leyendas, los bailes, las oraciones a sus dioses, son una fuente de energía que, unidas al pan de cada día, hará más fuerte a la comunidad a la que pertenecen. Por eso creo que, de entrada, no debemos inclinar la balanza a ninguno de los lados propuestos: considerar el bienestar del cuerpo como algo prioritario o considerar la cultura como alimento único. Deben ir juntos y deben ser considerados los dos como necesarios. El término “necesidad” es el que debe pasar a ser imprescindible.
¿Cómo entender algunas veces esta sociedad nuestra, su historia, sus costumbres y creencias, si no es a través de la literatura? ¿Cómo reconocernos si no vemos las pinturas que nos retratan, si no escuchamos la música que nos conmueve o no leemos los libros que describen nuestras penurias y nuestros triunfos a lo largo de siglos y siglos? Cultura es aprendizaje, conocimiento, educación. La cultura es un bien que no tiene forma ni peso específico pero que alimenta el espíritu como el pan alimenta nuestro cuerpo. No debemos olvidarlo. Un pueblo sin cultura es un pueblo sin memoria, un pueblo vacío. Sin identidad alguna. No es correcto decir o pan o música, o pan o literatura, o pan o filosofía. Es una falsa disyuntiva que en nada ayuda. Es un error hacer comparaciones de tipo “o alimentación o cultura”, porque cualquiera con un mínimo de sentido común, es decir, sentido de lo común, de lo que corresponde a todos, dirá “alimentación” sin dudarlo un momento. Ante tal propuesta, no podemos vacilar: primero que coman los niños, luego ya veremos si pueden acceder a la lectura o al mundo del conocimiento. Decir esto no implica menosprecio hacia la cultura, es una posición elemental de prioridades. Sólo eso. El que pone en entredicho ese orden de cosas eliminando la cultura de las cosas imprescindibles para la sociedad apoyándose en la tesis que he planteado como primera razón de la actuación pública, está construyendo una trampa propia de aquellos que desean disponer de los poderes públicos para su propio bien; los mismos que piensan que sólo el dinero tiene peso específico y decir dinero en tiempos de miseria económica es predicar que la educación y la cultura son bienes superfluos, cuando, realmente, es el miedo al conocimiento lo que les impulsa a tales planteamientos.
La ignorancia beneficia a las acciones encaminadas no al bien público sino al bien privado. Inculcar el desprecio a la cultura es un argumento usado por los que intentan esclavizar a los pueblos para su beneficio y engrosar sus arcas con el trabajo ajeno. Porque el conocimiento es el enemigo más peligroso para ellos y esa propuesta (primero comemos y ya veremos si razonamos después) que tiene sentido en determinados contextos como el expuesto, es usada con frecuencia para hacer creer al pueblo que los que no tienen dinero para comer deben limitarse a tener pan en sus mesas. Es hacer creer a la gran mayoría de los seres humanos que su situación les impide obtener algo a lo que tienen derecho como la educación y la cultura, bienes que pueden dar equilibrio y bienestar a sus vidas y riqueza también a sus espíritus; es negarles la propiedad intelectual como se les ha negado la propiedad de bienes materiales, alegando que esos bienes son exclusivos de las clases privilegiadas. Los que reclaman el pan como bien único y los que piden que la cultura esté en un lugar privilegiado desestimando necesidades de primer orden, cometen el mismo error. Son dos formas de pensamiento que no conducen a nada positivo.
Cuando una institución pública compra comida para niños que ya no tienen los comedores escolares, unos aplauden la decisión alegando que esa postura es la más sensata y que el gasto en cultura es inapropiado en estos momentos; los otros claman a los dioses y se quejan del abandono a que les somete el gobierno lloriqueando porque el dinero no vaya a usarse en actividades culturales. Unos y otros lloran y se quejan por distintas razones. Los que así gimen, no aprecian el valor de un acto como ese y sólo su egoísmo puede hacerles clamar contra quienes así lo han dispuesto. El caso es llorar para hacerse imprescindibles. Y, fundamentalmente, no entender nada de nada.

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