diario del aislamiento

Día 67

El virus nos da un respiro (momentáneo) y una vacuna ha aprobado -con buena nota- su primer ensayo en personas. Habíamos olvidado cómo huelen las buenas noticias, a qué saben, qué hacer para digerirlas sin que la incredulidad nos corte la digestión -Moderna, se llama la compañía estadounidense que está en ello; desconcierta un poco, tiene nombre de tienda de muebles antiguos-. Al parecer, podría comercializarse a principios de 2021 (que alguien les pregunte si antes o después de la cabalgata, o del sábado de piñata; puesto a pedir, que hagan el esfuerzo). La vacuna del abrazo, debemos bautizarla. Será la que acabe con la prohibición de besarnos o abrazarnos con amigos y familiares -a los convivientes, vocablo popularizado por el franjismo, sí se les permite-. Ese día lo celebraremos echándonos a la calle, como ocurrió al acabar las grandes guerras -siempre pensé que el beso de aquella foto fue más acoso que beso; antes de morir la enfermera dijo que el marine forzó, aquel beso fue robado-. Las buenas noticias han tardado 67 días en llegar. Ser disciplinado cuando se está acojonado tiene poco de heroicidad; épico sería no bajar la guardia ahora que el miedo remite, que el susto afloja. La sensatez puede evitar que el virus nos devuelva a los meses más antipáticos de nuestras vidas. Aluvión de mensajes. Algunos los respondo, otros no tanto. Los países lógicos se pusieron la mascarilla a finales de febrero o principios de marzo, pero aquí seguimos sin saber qué mascarilla es la adecuada para cada caso (se dice una cosa, la contraria y la contraria de la contraria). Somos un país bastante absurdo. Mientras ahí fuera tienen los cinco sentidos en reconstruirse, aquí estamos despilfarrándonos con el interminable truco de novelar la timba de fachas contra rojos -o viceversa, tanto da-. A los bebés se les distrae con el sonajero; y cuando crecen, si son españoles, les agitan el sonajero de los extremismos para que no atiendan a lo sustancial -somos así de inmaduros, manipulables-. En vez de concentrarnos en tener un plan (que nos saque del agujero donde nos ha metido el virus) nos conformamos con seguir un patrón de comportamiento -en nuestro caso la nueva normalidad es calcada a la vieja normalidad-. Cuando en el extranjero hagan crónicas sobre España deberían cerrar la pieza con los bailarines del ataúd -nos resume bien-. Retornos. Mañana es tu cumple -me dicen-. De años a esta parte todos tenemos la misma edad -respondo-.

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