diario del aislamiento

Día 68

Hoy no es un día cualquiera, tengo cincuenta y dos razones para pensarlo (y otras tantas para celebrarlo). Al tajo, sin rodeos. Está costándome salir a la calle -me escriben; otra vez, y otra-. Hay susto -subgénero del miedo-. Y tampoco ayuda que la vida ahí fuera (la calle) esté algo antipática -o lenta, puede ser-. Pero hay que salir, acostumbrarse, normalizar la anormalidad, integrarnos en el paisaje quirúrgico, aprender a convivir con lo extraordinario y a aplazar los abrazos, descubrir que es posible reírse a dos metros de distancia, dejar de sentirnos extraños. Hablando de política con un amigo (mayúsculo) acabamos sumergiéndonos en algunos libros -venían al caso, nada es casual- El ruletista, de Mircea Cartarescu (me lo recomiendan; debo espabilar, se me había escapado). El jugador, de Dostoyevski (lo leí hace siglos, pero lo tengo tatuado). Paseos piel adentro. Existencias laberínticas. Vidas encriptadas. Cartarescu cuenta la historia de un hombre insulso (el ruletista) que acaba creyéndose inmortal y aparentemente inexpugnable -hasta que la realidad lo puso en su sitio-. Fue Pedro Sánchez (su perfil) quien nos llevó hasta el jugador o el ruletista; personalidades que, adictas al juego, disfrutan poniéndose al límite -Rafa Nadal cuenta que nada le hace más feliz que la sensación que le genera una bola de partido en contra-. Mi amigo y yo concluimos que para descifrar a Sánchez hay que leerlo como jugador, y bastante menos como estadista. Pongo la radio. Otra vez en el Congreso, con lo de la prórroga (mientras los chiquillos sigan en casa, sin cole, no podremos decir que ha terminado la cuarentena). Esta vez no esperaré a que acabe lo del Congreso para rematar mi diario -voy a regalarme el resto del día, tampoco es casual que esté despachándome así estas líneas-. Sánchez se queda sin sus pretendidos treinta días, pero Ciudadanos le ha evitado una derrota (el jugador pierde una mano, pero salva la partida; otra vez). Supongo que la cosa quedará de esa manera, apago la radio. Café, para desengrasar. Ojalá la gente vaya de tiendas más que nunca -sobre todo ahora que con las restricciones nos ahorraremos al pesado, o pesada, que confunde el probador con un apartamento de fin de semana-. Decreto (para mí, conmigo) que sin mejicano ni heladerías la vida es fase 0 -hombre ya-. He empezado a hacer una lista de todas las cosas que quiero hacer (se lo leí a Rovira, y me lo aplico; esa lista será mi regalo de cumpleaños). Empezaré recuperando los sesenta días que nos robó el virus.

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